Jesús es el camino de mi vida. Es la puerta por la que entro. Jesús tiene una puerta por la que quiero entrar. La puerta de la herida de su corazón. Por ahí entro.
Es una puerta pequeña y yo he crecido. Eso me cuesta aceptarlo. Por
eso quiero volver a ser como niño. Para entrar por esa puerta de su
herida. En la grieta de su alma quepo yo, entro. Es la puerta del redil.
Es una puerta abierta para entrar y salir. Jesús no me retiene. Eso es lo que me fascina de su amor. El respeto absoluto a mis decisiones. Me abre la puerta para entrar. Y espera paciente a la puerta de mi corazón. Apocalipsis 3, 20: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
Jesús espera ante mi puerta. Depende de mí que le deje entrar. Y yo
quiero entrar por la puerta que Él tiene abierta para mí. Aunque a veces
me aleje y tropiece, la puerta de Jesús siempre sigue abierta. Eso me
da esperanza. No me cierra la puerta. Su última palabra es siempre la
misericordia.
Necesito volver a mirar la puerta. Pienso en tantas personas que no ven la puerta de Jesús. No ven esperanza en sus vidas.
Se han encerrado en un círculo de infelicidad y no logran salir del
mismo. No ven la puerta de salida. No ven la puerta de entrada a una
vida más plena.
Quiero ser puerta de entrada. A veces veo que puedo
cerrar la puerta si no tengo el corazón abierto. Puedo hacerlo con mis
silencios, con mis omisiones, no sólo con mis palabras y gestos. Puedo
cerrar o abrir la puerta a Dios. ¡Qué responsabilidad tan grande! Puedo
herir y puedo sanar.
Y a veces descuido mi vida y a las personas que Dios me confía.
Quiero hacerle fácil a las personas el acceso al redil. Que puedan
encontrar verdes pastos. Que puedan dar con un sentido para sus vidas,
para su dolor.
El otro día leía: “El sufrimiento deja de ser sufrimiento, en cierto modo, en cuanto encuentra un sentido”[1]. La puerta es el sentido de todo lo que hacemos. De nuestros sacrificios y renuncias. De nuestros límites y caídas.
No logro comprender el sufrimiento si no hay un sentido más allá, en el corazón de Dios. Un sentido que en esta vida no toco.
Pero para seguir luchando necesito ver una puerta abierta, un sentido
primero para seguir esperando. Necesito percibir que hay un corazón que
me deja entrar para poder descansar en su amor. Necesito tocar un
sentido oculto al otro lado del umbral que se me abre. El amor es lo único que me permite seguir luchando en medio de la vida.
Tengo vocación de puerta. No siempre estoy abierto. Cuando me cierro
no le dejo a Dios actuar en mi vida. Le cierro el camino de felicidad a
los que buscan luz. Compañía. Un descanso. Jesús es la puerta y me
enseña a mí a ser puerta para otros.
El pastor tiene vocación de puerta abierta, de puerta de misericordia.
De puerta santa y sagrada por la que muchos puedan pasar y quedar
sanados al tocar el dintel. Una puerta a un mundo nuevo que no me
pertenece porque es el mundo de Dios. El mundo de María. Es el pasto en
el que tantos pueden encontrar alimento para sus vidas.
No quiero cerrar ninguna puerta. Ni a Dios para que entre en mí. Ni a los hombres para que puedan tocar a Dios en mi amor humano.
[1] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido
Carlos Padilla
Aleteia