Quiero unirme a todos los que lo alaban hoy. Hay
muchos hombres aclamando a Jesús por las obras que ha realizado en sus
vidas. Tienen algo particular por lo que darle las gracias. Una
curación, un milagro, una palabra, un momento en que Jesús se acercó y
se detuvo delante de ellos, una mirada. Cada uno recuerda un lugar, unas
manos que lo sanaron, levantaron, consolaron. Un abrazo.
¿Qué le agradezco hoy a Jesús? Hoy quiero darle gracias a Jesús en mi
vida. Algo concreto. Jesús apareció un día en mi camino. Lo alabo
porque quizás me ayudó a caminar. Porque me sostuvo cuando yo ya me
caía. Porque fue a buscarme cuando me alejaba de Él.
Porque me esperó en mis ausencias. Porque sanó mi corazón herido de
soledad y de miedo. Porque calmó las tormentas de mi mar interior, lleno
de ira, de desánimo, de desilusión. Porque me miró hasta el fondo de mi
corazón con ternura cuando yo no podía ni mirarme. Porque comió en mi
mesa, sentado junto a mí.
Lo alabo porque creyó en mí y me llamó por mi nombre. Porque me amó sin condiciones y sin medida. Lo alabo porque cuando estaba todo oscuro y yo no veía nada, ni sabía hacia dónde ir, me dijo al corazón: “No temas, estoy contigo”.
Lo alabo por mis momentos de cruz en los que sentí sus brazos. Por
mis momentos de miedo en los que me animó a saltar en la fe. Lo alabo
porque me llamó en el lago a vivir con Él. Lo alabo porque puso en mi
corazón una sed que no me deja quieto. Le doy gracias.
Coloco mi vida a sus pies, mi manto, mis ramos de olivo. Jesús, que
sabe que mi corazón es frágil, me acoge y recibe mi alabanza.
Hoy quiero dar las gracias. ¡Cuántas veces mi oración es sólo petición! Hoy miro a Jesús. Sin ejército. Sin escudos. Sin protección. A pleno día. Impotente.
Llega a mí, que estoy tantas veces amurallado. Que me defiendo tanto para que no me hagan daño. ¡Qué poco bendigo a Dios por las obras que hace en mi vida! ¡Qué poco bendigo a los hombres por su amor y entrega! ¡Qué poco agradezco y alabo! ¡Cuánto me quejo, exijo y mido!
Hoy quiero agradecer y bendecir. Para alabar a Cristo. Que comienza
su semana de pasión por amor. Por un amor más grande. Por el amor por el
que yo fui creado.
A veces las cosas no son sólo blancas o negras. Hoy hay luz y miedo a la vez. Alegría e inquietud. Vida y muerte.
Pienso en María. Callada. Vive en el corazón lo que vive Jesús.
Alegría por poder ver cuánto bien ha hecho su Hijo. Miedo por el odio y
la rabia de quienes lo buscan creyéndose en posesión de la verdad. María
está junto a Jesús, recibiendo con paz y con alegría el agradecimiento
de tantos hombres.
Quiero alegrarme. Veo a lo lejos la luz de la Pascua y eso me alegra el alma. Tengo tantas cosas que agradecer, tantos milagros que he visto. Por todo ello me arrodillo ante Jesús para alabarlo.
Carlos Padilla
Aleteia