Ante Jesús herido experimento yo mi pequeñez. Ante ese Dios que me ama con locura me veo tan pequeño…
Comenta el padre José Kentenich: “Cuando Dios atrae a una
persona hacia sí, le hace ver primero sus límites, su pequeñez, su
dependencia y así ella se vuelve a Él de todo corazón. Dios atrae especialmente a los que reconocen su pequeñez”[1].
Dios me atrae en mi pequeñez. Me hace ver que soy
pequeño. Y me llama por mi nombre sin dejar fuera mi pobreza. Me quiere
en mis heridas, las toma en cuenta. Sabe sus nombres. Me pide que lo
siga a Él, con mis miedos, mis debilidades, mis pecados.
Con mi nombre propio, no es otro nombre el que escucho. Es mi nombre.
Es mi vida original. Tal y como es. No una vida distinta. Él confía en
mí. Y me enseña a creer en su amor que todo lo puede.
Decía santa Faustina Kowalska: “Un alma humilde no confía en sí misma, sino que pone toda su confianza en Dios”.
Jesús no busca a otro en mi lugar. Me busca a mí. No pretende una forma distinta de vivir y de amar. Quiere la mía. Llega a mi corazón cerrado y se acerca a lo más íntimo de mi ser. Me da su paz con una ternura infinita. Me levanta del polvo en el que vivo. Me llama por mi nombre.
Conoce mi pequeñez y se conmueve. Me ve frágil y desvalido. Me da su paz. Esa paz que calma mis ansias y sofoca mis miedos.
Y me regala su Espíritu Santo. El Espíritu que lleva consigo la
gracia del perdón. El Espíritu que es el que da fortaleza en medio de
las batallas. Ese Espíritu que todo lo transforma. Es la Pascua el tiempo del Espíritu Santo.
Muchas veces no creo tanto en su poder. Me cuesta ver su fuerza
invisible y no acabo de comprender que sin Él yo no soy nada. El
Espíritu me cambia por dentro.
Decía el padre José Kentenich: “El Espíritu Santo fortalece
nuestra naturaleza y respeta nuestra originalidad. Es un error pensar
que Él quebranta o violenta la naturaleza humana. El Espíritu extirpará
lo enfermo y desechará lo falso; pero preservará y potenciará lo sano.
Dios nos creó y sabe lo que nos hace falta”[2].
El Espíritu, cuando invoco su presencia, cuando me dejo tocar por Él,
lo cambia todo. Potenciará lo sano que hay en mí. Sanará lo enfermo.
Extirpará lo que me hace daño. Romperá mis barreras y defensas.
Quiero ese Espíritu que me haga vivir en mi verdad. Mi yo más
auténtico. Mi originalidad que es la que da vida. No quiero ser lo que
otros esperan. No quiero vivir una mentira. Quiero vivir en la verdad. No es tan sencillo.
Que Jesús me mande su Espíritu en esta Pascua. Cincuenta días de
presencia del Espíritu. Pido esa fuerza que toca mi alma y la
transforma. No me quita el miedo. Pero me da la fuerza que necesito para
vencerlo. En la fuerza del Espíritu rompo las puertas cerradas y entrego la paz de Dios.
[1] J. Kentenich, Envía tu Espíritu
Aleteia