Josefa Naval Girbés vio la luz en Algemesí, en el centro de la Ribera
del Júcar, a 32 Km. de Valencia, España, el 11 de diciembre de 1820.
Fue la primera de cinco hijos que tuvieron sus padres Francisco Naval y
Josefa María Girbés.
Bautizada en la iglesia parroquial de San Jaime (o Santiago) Apóstol,
de Algemesí, el mismo día de su nacimiento, se le impuso el nombre de
María Josefa, aunque siempre la conocieron y la conocen en nuestros
días, con el nombre de Josefa, Pepa, o Señora Pepa. El 10 de noviembre
de 1828 recibe la Confirmación y después hace la Primera Comunión.
Faltaban las escuelas públicas para la primaria y pudo asistir por
algún tiempo a la escuela de La Enseñanza, patrocinada por el Cabildo
Catedral. Desde la adolescencia se consagró al Señor con voto perpetuo
de castidad. Recorrió el camino de la oración y de la perfección
evangélica en una vida de sencillez y de ardiente caridad. En su
compromiso de vida, se dedicó con generosidad a las obras de apostolado
en el ambiente de la comunidad parroquial.
En el Decreto para su canonización dice: ...la Sierva de Dios tuvo a
su parroquia como Madre en la fe y en la gracia y, en cuanto tal, la amó
y la sirvió con humildad y espíritu de sacrificio. Por ello, mostraba
sincera veneración a su párroco y se confió a su dirección espiritual;
atendía a la confección, conservación y limpieza de los ornamentos
litúrgicos y al adorno de los altares; todos los días acudía a la
iglesia parroquial para participar en el sacrificio eucarístico, pero se
distinguió sobre todo, por su apostolado inteligente y fecundo, que
siempre desarrolló de acuerdo con sus pastores, a los cuales profesaba
absoluto respeto y obediencia...
Enseñaba a los pobres, aconsejaba a cuantos acudían a ella,
restauraba la paz en las familias desunidas, para las madres organizaba
en su casa reuniones con el fin de ayudarlas en su formación cristiana,
encaminaba de nuevo a la virtud a las mujeres que se habían apartado del
recto camino y amonestaba con prudencia a los pecadores.
Pero la obra en la que centraba, sobre todo, sus cuidados y energías
fue la educación humana y religiosa de las jóvenes, para quienes abrió
en su casa una escuela gratuita de bordado, en el que era muy entendida.
Aquel taller se convirtió en un centro de convivencia fraterna,
oración, alabanza a Dios y explicación y profundización de la Sagrada
Escritura y de las verdades eternas.
Con afecto maternal la Sierva de Dios fue para sus discípulas una
verdadera maestra de la vida, modelo de fervoroso amor a Dios, lámpara
que daba luz y calor. Les dio innumerables ejemplos de fe viva y
comunicativa, de caridad diligente y alegre sumisión a la voluntad de
Dios, y de los superiores, así como también de máxima solicitud por la
salvación de las almas, prudencia singular, práctica constante de la
humildad, pobreza, silencio y paciencia en las contrariedades y
dificultades.
Era notorio el fervor con que cultivaba la vida interior, la oración,
la meditación, la aceptación de las molestias y su devoción a la
Eucaristía, a la Virgen María y a los santos. De este modo, contribuyó
eficazmente la Sierva de Dios al incremento religioso de su parroquia.
Fue miembro de la Orden Tercera de la Virgen del Carmen y de Santa Teresa de Jesús, y profesaba gran devoción a San Juan de la Cruz.
En casa de María Dolores Masiá Morán, vecina de Algemesí, se conserva
un cuadro de la Virgen del Carmen bordado en oro y seda por su madre
Vicenta Morán, cuando tenía 9 años, bajo la dirección de la señora Pepa.
Lleva esta inscripción: Nuestra Señora del Carmen Vicenta Morán Edad 9
años Año 1893. Es el año en que murió la beata, y este bordado artístico
dirigido por ella es una de las últimas muestras de su devoción mariano
carmelitana.
Entregó piadosamente su alma a Dios en Algemesí el 24 de febrero de
1893. Su cuerpo se conserva en la iglesia parroquial de San Jaime, de su
ciudad natal. El 25 de septiembre de 1988 fue beatificada en Roma por
el Papa Juan Pablo II.
Artículo originalmente publicado por Santopedia
Aleteia
