No sé por qué me gustan tanto las piedras sagradas. Hic significa
aquí. Aquí nació, murió, vivió, amó Jesús en la tierra. En Tierra Santa
los lugares están llenos de vida. De alma. Son sagrados. Son piedras y
grutas sagradas. Son historia santa.
La vida se conjuga en presente. En un momento. En un lugar. Todo sucede así. Siempre hay un hic y un nunc. Un aquí y un ahora. Una palabra. Un abrazo. Una pisada. Una mano que salva. Que toca y cura. Un hoy. Un presente.
Y al volver al lugar de entonces es como si pudiera oír de nuevo las
mismas palabras. Como si percibiera una melodía sostenida en el aire,
retenida en el tiempo. En un presente eterno que nunca muere.
Pienso que mis actos llevan grabados la eternidad en
su alma. Los realizo ahora. Los pronuncio en alto ahora. En un lugar.
Aquí. Y quedan grabados para siempre en mi alma. En la tierra. En la
roca. No acabo de tomar todo el peso que tienen mis actos, mis pasos.
Como el peso de ese aquí donde María dijo sí. O ese aquí donde murió
Jesús en el Gólgota. O ese aquí donde nació Juan el Bautista. Y yo toco
las piedras santas y las guardo en el alma. Y escucho muy dentro la fe
de tantos que antes que yo repitieron mis gestos. Pronunciaron en un
canto las mismas palabras. Y todo cobra vida de nuevo. Se repite. Se
realiza.
Me conmueve el poder de mi voz. De mis manos. Quiero cuidar más mis propios lugares. Tomar más en cuenta las palabras que pronuncio. Todo forma parte de mi vida sagrada. Sin mi aquí y sin mi ahora no sería yo quien soy.
Repito mis gestos como el primer día. Pronuncio mis palabras sin
olvidar ninguna. No surjo de la nada cada mañana. Soy historia grabada
en roca. Hic et nunc. Aquí y ahora. No lo olvido. Es mi historia santa.
Me gusta horadar la roca con mis manos, con mis pisadas. Dejar
prendida en la roca mi voz sagrada. Hago historia cada día. No se
olvidan mis pasos. No los olvido. Por eso quiero aprender a cuidar mi presente. Mi fidelidad creadora.
No repito gestos vacíos. Están llenos de vida. Tienen una carga
valiosa. Quiero vivir más hondo. Más dentro de mi vida. Desde mis
raíces. Tengo la fe de un niño. No desconfío. Me abrazo a la roca. Allí
me hundo.
Jesús me recuerda que mi vida es sagrada. Pronuncio mi sí. Repito el gesto de mi entrega. Y va calando hondo en mi alma todo el amor de Dios en un instante.
Carlos Padilla
Aleteia