Durante la audiencia general del tercer miércoles de marzo (día 16), el Papa Francisco reflexionó en su catequesis sobre la misericordia y la consolación. Y lo hizo introduciendo el tema con la lectura de un pasaje del Antiguo Testamento, tomado del Profeta de Jeremías, conocido, precisamente, como el “Libro de la consolación”, porque en él – explicó – la Misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de consolar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza.
Hablando en italiano el Santo Padre recordó que Jeremías se dirige a los israelitas que habían sido deportados al extranjero para preanunciarles el regreso a su patria, lo que representa un signo del amor infinito de Dios Padre, que jamás abandona a sus hijos, sino que cuida de ellos y los salva.
Hablando en italiano el Santo Padre recordó que Jeremías se dirige a los israelitas que habían sido deportados al extranjero para preanunciarles el regreso a su patria, lo que representa un signo del amor infinito de Dios Padre, que jamás abandona a sus hijos, sino que cuida de ellos y los salva.
Francisco afirmó que el exilio había sido una experiencia devastadora para Israel, puesto que la fe de su pueblo había vacilado dado que en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, y después de haber visto su país destruido, era difícil seguir creyendo en la bondad del Señor.
De ahí que Pontífice haya puesto de manifiesto que también nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio, cuanto la soledad, el sufrimiento y la muerte nos inducen a pensar que Dios nos ha abandonado.
El Obispo de Roma dirigió su pensamiento a tantos hermanos nuestros que viven hoy una situación de exilio real y dramática, lejos de su patria, con el recuerdo de sus casas destruidas y con el temor y el dolor por la pérdida de sus seres queridos. En estos casos – dijo el Papa –es lícito preguntarse ¿dónde está Dios? O ¿cómo es posible que hombres, mujeres y niños inocentes padezcan tanto sufrimiento?
Sin embargo – dijo el Papa Bergoglio – tal como sucede en el relato bíblico, el Profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo exiliado podrá regresar a su tierra y experimentar la Misericordia del Señor, puesto que en este gran anuncio de consolación, Dios no está ausente, al contrario, está cerca y realiza grandes obras de salvación en quienes tienen confianza en Él.
Por esta razón – añadió el Santo Padre – no se debe ceder a la desesperación, sino que debemos proseguir nuestro camino con la convicción de que el bien vence el mal y que el Señor enjugará toda lágrima y nos liberará del miedo.
Una vez más Francisco afirmó que el Señor es fiel y que no abandona a sus hijos dejándolos en la desolación. Al contrario, Dios ama con un amor infinito, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él – dijo – el corazón del hombre se llena de alegría y consolación.
Jesús por su parte – concluyó diciendo el Papa – llevó a cumplimiento este mensaje del Profeta. En efecto, el verdadero y radical regreso del exilio y la confortadora luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, es decir, en la experiencia plena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que da alegría, paz y vida eterna.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Libro del profeta Jeremías, los capítulos 30 y 31 son llamados “libro de la consolación”, porque en ellos la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza. Hoy queremos también nosotros escuchar este mensaje de consolación.
Jeremías se dirige a los israelitas que han sido deportados a tierras extranjeras y pre-anuncia el regreso a la patria. Este regreso es signo del amor infinito de Dios Padre que no abandona a sus hijos, sino que los cuida y los salva. El exilio había sido una experiencia catastrófica para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, después de haber visto el país destruido, era difícil continuar creyendo en la bondad del Señor. Me viene a la mente la cercana Albania y como después de tantas persecuciones y destrucciones ha logrado levantarse en su dignidad y en la fe. Así había sufrido los israelitas en el exilio.
También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio, cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar de haber sido abandonados por Dios. Cuántas veces hemos escuchado esta palabra: “Dios se ha olvidado de mi”. Muchas veces personas que sufren y se sienten abandonadas. Y cuántos de nuestros hermanos en cambio están viviendo en este tiempo una real y dramática situación de exilio, lejos de su patria, en sus ojos todavía las ruinas de sus casas, en el corazón el miedo y muchas veces, lamentablemente, ¡el dolor por la pérdida de personas queridas! En estos casos uno puede preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda golpear a hombres, mujeres y niños inocentes? Y cuando tratan de entrar en otra parte les cierran la puerta. Y están ahí, al límite porque tantas puertas y tantos corazones están cerrados. Los migrantes de hoy que sufren el aire, sin alimentos y no pueden entrar, no reciben la acogida. ¡A mí me gusta mucho escuchar, cuando veo a las naciones, los gobernantes que abren el corazón y abren las puertas!
El profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo exiliado podrá regresar a ver su tierra y a experimentar la misericordia del Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor. Por eso Jeremías da su voz a las palabras del amor de Dios por su pueblo: «Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad. De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando alegremente» (31,3-4).
El Señor es fiel, no abandona en la desolación. Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.
El sueño consolador del regreso a la patria continua en las palabras del profeta, que dirigiéndose a cuantos regresaran a Jerusalén dice: «Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer» (31,12).
En la alegría y en la gratitud, los exiliados retornaran a Sión, subiendo al monte santo hacia la casa de Dios, y así podrán de nuevo elevar himnos y oraciones al Señor que los ha liberado. Este regreso a Jerusalén y a sus bienes es descrito con un verbo que literalmente quiere decir “afluir, correr”. El pueblo es considerado, en un movimiento paradójico, como un río caudaloso que corre hacia la altura de Sión, subiendo hacia la cima del monte. ¡Una imagen audaz para decir cuánto es grande la misericordia del Señor!
La tierra, que el pueblo había debido abandonar, se había convertido en presa de los enemigos y desolada. Ahora, en cambio, retoma vida y florece. Y los exiliados mismos serán como un jardín irrigado, como una tierra fértil. Israel, llevado a su patria por su Señor, asiste a la victoria de la vida sobre la muerte y de la bendición sobre la maldición.
Y así el pueblo es fortificado y – esta palabra es importante: ¡consolado! – es consolado por Dios. Los repatriados reciben vida de una fuente que gratuitamente los irriga.
A este punto, el profeta anuncia la plenitud de la alegría, y siempre en nombre de Dios proclama: «Yo cambiaré su duelo en alegría, los alegraré y los consolaré de su aflicción» (31,13).
El salmo nos dice que cuando regresaron a su patria la boca se les llenó de sonrisa; ¡es una alegría tan grande! Es el don que el Señor quiere hacer también a cada uno de nosotros, con su perdón que convierte y reconcilia.
El profeta Jeremías nos ha dado el anuncio, presentando el regreso de los exiliados como un gran símbolo de la consolación dado al corazón que se convierte. El Señor Jesús, por su parte, ha llevado a cumplimiento este mensaje del profeta. El verdadero y radical regreso del exilio y la confortante luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia llena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que dona alegría, paz y vida eterna.
De ahí que Pontífice haya puesto de manifiesto que también nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio, cuanto la soledad, el sufrimiento y la muerte nos inducen a pensar que Dios nos ha abandonado.
El Obispo de Roma dirigió su pensamiento a tantos hermanos nuestros que viven hoy una situación de exilio real y dramática, lejos de su patria, con el recuerdo de sus casas destruidas y con el temor y el dolor por la pérdida de sus seres queridos. En estos casos – dijo el Papa –es lícito preguntarse ¿dónde está Dios? O ¿cómo es posible que hombres, mujeres y niños inocentes padezcan tanto sufrimiento?
Sin embargo – dijo el Papa Bergoglio – tal como sucede en el relato bíblico, el Profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo exiliado podrá regresar a su tierra y experimentar la Misericordia del Señor, puesto que en este gran anuncio de consolación, Dios no está ausente, al contrario, está cerca y realiza grandes obras de salvación en quienes tienen confianza en Él.
Por esta razón – añadió el Santo Padre – no se debe ceder a la desesperación, sino que debemos proseguir nuestro camino con la convicción de que el bien vence el mal y que el Señor enjugará toda lágrima y nos liberará del miedo.
Una vez más Francisco afirmó que el Señor es fiel y que no abandona a sus hijos dejándolos en la desolación. Al contrario, Dios ama con un amor infinito, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él – dijo – el corazón del hombre se llena de alegría y consolación.
Jesús por su parte – concluyó diciendo el Papa – llevó a cumplimiento este mensaje del Profeta. En efecto, el verdadero y radical regreso del exilio y la confortadora luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, es decir, en la experiencia plena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que da alegría, paz y vida eterna.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Libro del profeta Jeremías, los capítulos 30 y 31 son llamados “libro de la consolación”, porque en ellos la misericordia de Dios se presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos a la esperanza. Hoy queremos también nosotros escuchar este mensaje de consolación.
Jeremías se dirige a los israelitas que han sido deportados a tierras extranjeras y pre-anuncia el regreso a la patria. Este regreso es signo del amor infinito de Dios Padre que no abandona a sus hijos, sino que los cuida y los salva. El exilio había sido una experiencia catastrófica para Israel. La fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto, después de haber visto el país destruido, era difícil continuar creyendo en la bondad del Señor. Me viene a la mente la cercana Albania y como después de tantas persecuciones y destrucciones ha logrado levantarse en su dignidad y en la fe. Así había sufrido los israelitas en el exilio.
También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio, cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar de haber sido abandonados por Dios. Cuántas veces hemos escuchado esta palabra: “Dios se ha olvidado de mi”. Muchas veces personas que sufren y se sienten abandonadas. Y cuántos de nuestros hermanos en cambio están viviendo en este tiempo una real y dramática situación de exilio, lejos de su patria, en sus ojos todavía las ruinas de sus casas, en el corazón el miedo y muchas veces, lamentablemente, ¡el dolor por la pérdida de personas queridas! En estos casos uno puede preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda golpear a hombres, mujeres y niños inocentes? Y cuando tratan de entrar en otra parte les cierran la puerta. Y están ahí, al límite porque tantas puertas y tantos corazones están cerrados. Los migrantes de hoy que sufren el aire, sin alimentos y no pueden entrar, no reciben la acogida. ¡A mí me gusta mucho escuchar, cuando veo a las naciones, los gobernantes que abren el corazón y abren las puertas!
El profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo exiliado podrá regresar a ver su tierra y a experimentar la misericordia del Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni siquiera hoy en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda lágrima y nos liberará de todo temor. Por eso Jeremías da su voz a las palabras del amor de Dios por su pueblo: «Yo te amé con un amor eterno, por eso te atraje con fidelidad. De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de Israel; de nuevo te adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando alegremente» (31,3-4).
El Señor es fiel, no abandona en la desolación. Dios ama con un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.
El sueño consolador del regreso a la patria continua en las palabras del profeta, que dirigiéndose a cuantos regresaran a Jerusalén dice: «Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer» (31,12).
En la alegría y en la gratitud, los exiliados retornaran a Sión, subiendo al monte santo hacia la casa de Dios, y así podrán de nuevo elevar himnos y oraciones al Señor que los ha liberado. Este regreso a Jerusalén y a sus bienes es descrito con un verbo que literalmente quiere decir “afluir, correr”. El pueblo es considerado, en un movimiento paradójico, como un río caudaloso que corre hacia la altura de Sión, subiendo hacia la cima del monte. ¡Una imagen audaz para decir cuánto es grande la misericordia del Señor!
La tierra, que el pueblo había debido abandonar, se había convertido en presa de los enemigos y desolada. Ahora, en cambio, retoma vida y florece. Y los exiliados mismos serán como un jardín irrigado, como una tierra fértil. Israel, llevado a su patria por su Señor, asiste a la victoria de la vida sobre la muerte y de la bendición sobre la maldición.
Y así el pueblo es fortificado y – esta palabra es importante: ¡consolado! – es consolado por Dios. Los repatriados reciben vida de una fuente que gratuitamente los irriga.
A este punto, el profeta anuncia la plenitud de la alegría, y siempre en nombre de Dios proclama: «Yo cambiaré su duelo en alegría, los alegraré y los consolaré de su aflicción» (31,13).
El salmo nos dice que cuando regresaron a su patria la boca se les llenó de sonrisa; ¡es una alegría tan grande! Es el don que el Señor quiere hacer también a cada uno de nosotros, con su perdón que convierte y reconcilia.
El profeta Jeremías nos ha dado el anuncio, presentando el regreso de los exiliados como un gran símbolo de la consolación dado al corazón que se convierte. El Señor Jesús, por su parte, ha llevado a cumplimiento este mensaje del profeta. El verdadero y radical regreso del exilio y la confortante luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la experiencia llena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que dona alegría, paz y vida eterna.
AgenciaSIC