Tras visitar la ciudad multiétnica de Prado para hablar de dignidad de trabajo, e integración, el Papa Francisco se trasladó en helicóptero a la vecina ciudad de Florencia donde se encontró con representantes del V Congreso nacional de la Iglesia Italiana en la catedral de Santa María del Fior, este martes 10 de noviembre.
El Papa señaló la cúpula de Brunelleschi y de sus frescos del “Ecce Homo” como signo artístico de Jesús que está al centro y es “nuestra luz”. “Jesús es nuestro humanismo”, recordó. ¿Ustedes quién dicen que soy yo?, preguntó evocando el Evangelio.
El Papa señaló la cúpula de Brunelleschi y de sus frescos del “Ecce Homo” como signo artístico de Jesús que está al centro y es “nuestra luz”. “Jesús es nuestro humanismo”, recordó. ¿Ustedes quién dicen que soy yo?, preguntó evocando el Evangelio.
Un Dios “siervo” y “humillado”, que refleja el rostro de sufrimiento de “nuestros hermanos”; el humanismo cristiano que significa, según Francisco, “abajarse, servir a los demás”.
Un humanismo cristiano que representa “la fuerza interior” que nos hace “capaces de vivir y de tomar decisiones”. En este sentido presentó tres sentimientos del buen cristiano:
El primer sentimiento es la humildad. El Papa insistió en que la “obsesión de preservar la propia gloria, la propia dignidad, la propia influencia no debe hacer parte de nuestros sentimientos” cristianos.
“Debemos perseguir la gloria de Dios, y esta no coincide con la nuestra. La gloria de Dios que resplandece en la humildad de la gruta de Belén o en el deshonor de la cruz de Cristo que nos sorprende siempre”, añadió.
El segundo sentimiento es el desinterés. “Cada uno de nosotros no busque el propio interés, sino también el de los otros” (Fil 2,4). Es decir, “buscar la felicidad de quien está a nuestro lado”. “La humanidad del cristiano es siempre en salida. No es narcisista, autorreferencial”, constató.
“Cuando nuestro corazón es rico y tan satisfecho de sí mismo, entonces no hay lugar para Dios. Evitemos, por favor, “recluirnos en las estructuras que nos dan una falsa protección, en las normas que nos transforman en jueces implacables, en las costumbres en las cuales nos sentimos tranquilos” (Evangelii Gaudium, 49).
Trabajar con desinterés significa “trabajar para hacer de este mundo un lugar mejor y luchar. Nuestra fe es revolucionaria por un impulso que proviene del Espíritu Santo. Debemos seguir este impulso para salir de nosotros mismos para ser hombres según el Evangelio de Jesús”. Por ende, el imperativo es desarrollar la capacidad de donarse.
El tercer sentimiento de Jesucristo es el de la bienaventuranza (en relación a las bienaventuranzas del discurso de la montaña de Jesús). “El cristiano es radiante, tiene en sí la gloria del Evangelio”.
“En las bienaventuranzas, el Señor nos indica el camino”; una felicidad en la “pobreza de espíritu”. “Para algunos santos – continuó – la bienaventuranza tiene que ver con la humillación y la pobreza”.
Es conocer “la riqueza de la solidaridad, de compartir también lo poco que se posee; la riqueza del sacrificio cotidiano en el trabajo, a veces duro y mal pagado, pero realizado por amor hacia las personas queridas; e incluso las propias miserias, que aun así, vividas con confianza en la providencia y en la misericordia de Dios Padre, alimentan una grandeza humilde”.
El Pontífice explicó que las bienaventuranza que leemos en el Evangelio inician con una bendición y terminan con una promesa de consolación”.
Por lo tanto, humildad, desinterés y felicidad (bienaventuranza): estos tres rasgos forman parte de un humanismo cristiano que nace de la humanidad del “hijo de Dios”.
Por ello, Francisco invitó a no estar “obsesionados por el poder”, a pesar de que el poder se mascara de un poder útil y funcional en ámbito social. Esta bienaventuranza –advirtió– es la que nos hace mirarnos al espejo para saber si estamos por el camino justo: “es un espejo que no miente”.
Aleteia