Dentro de unos días celebraremos la Fiesta de Todos los Santos, conscientes de que lo que en ellos ha sido posible, también puede ser en nosotros si ofrecemos nuestra disponibilidad a Dios y acogemos su gracia en nuestras vidas. En los santos se manifiesta la grandeza de Dios. No nos une ya a ellos la fe y la esperanza. Los santos ya han visto lo que creían y han obtenido lo que esperaban. Nos une a ellos la caridad como amor a Dios y a los hombres. “No son superhombres, sino simplemente hombres, amasados en el mismo barro que nosotros”. Han estado en la misma órbita de nuestros cansados itinerarios de la vida de cada día, teniendo sobre sus cabezas no aureolas sino nuestros mismos problemas, dificultades y preocupaciones. Han buscado siempre la misericordia de Dios en sus vidas, dejándose transformar por su amor. Ellos no tienen algo que nosotros tenemos: el tiempo. Un tiempo que mientras nos sea dado, hemos de aprovecharlo para amar más, purificarnos más y conformarnos más con Cristo.

La santidad es el único remedio contra los males de la tierra. La Iglesia nos enseña que “todos los fieles de cualquier estado y condición son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve aun en la sociedad terrena un nivel de vida más humano”. San Pablo nos recuerda: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1Tes 4,3). Estoy seguro de que convivimos con personas santas aunque en el día a día nos pasen desapercibidas.

Al día siguiente de Todos los Santos conmemoramos a la fieles Difuntos. Nos encontramos ante el reto de entender y respetar el sentido cristiano de la muerte y la resurrección en medio de una bella tradición de recuerdos, de oración y convivencia familiar y social. Nuestro pensamiento ha de terminar siempre en la resurrección. Sin ella, según san Pablo, la misma fe resultaría vana y no podríamos hacer otra cosa que afligirnos ante la muerte como los que no tienen esperanza.

En el escenario cultural en que nos encontramos, hemos de procurar que esta vivencia y reflexión no se diluyan en expresiones culturales, llenas de colorido y de fantasía, que no responden a nuestra identidad cristiana. En la solemnidad de Todos los Santos y en la conmemoración de los fieles Difuntos la Iglesia invita a tomar conciencia de nuestra vocación a la santidad, a percibir “las brisa de los cementerios” como decía Theillard de Chardin, a recordar a los familiares difuntos y a rezar por ellos. Y en los hogares esta celebración es una oportunidad para hablar del don de la vida y del verdadero sentido de la muerte.

+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
todoslossantos
[Artículo publicado en “El Correo Gallego” el 30 de octubre de 2015]

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