El arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, mantuvo un encuentro con el director provincial de la rama sacerdotal de la Obra de la Iglesia y numerosos miembros de la misma el pasado miércoles 22 de julio,. Durante la reunión, que se desarrolló en la casa que la Obra de la Iglesia tiene en Las Rozas, Mons. Osoro afirmó que “hace muchos años que vengo leyendo las cartas de la Madre Trinidad, que para mí son como un alimento en mi experiencia con Dios, en mi cercanía a Cristo y también en el aumento de mi amor a la Iglesia, a la que quiero con toda mi alma y a la que he entregado mi vida para hacer la voluntad del Señor en la Iglesia”.

A continuación, explicó que “los cambios” vividos, “que han sido bastantes”, en general y, “por mi manera de ser, no me han gustado mucho, porque me asiento fácilmente en los lugares y quiero a la gente”. Así, recordó que su ordenación sacerdotal “el 29 de julio 1973 en Santander” y que, a continuación, el obispo le pidió “que fuese a una ciudad, Torrelavega, en una situación difícil”. Un año después, el obispo le manda “ir a Santander” y “en septiembre me comunica que voy a ser vicario general de la diócesis. Así, al año, comienzo siendo vicario general” evocó, asegurando que los distintos cambios vividos le hicieron “querer más a la Iglesia, y vivir y entregarme más a su servicio”. Otra de las tareas encomendadas a monseñor Osoro en esa época por su obispo fue la de ser rector del Seminario, por lo que “durante 20 años fui vicario general y rector. Fueron años felices”, aseguró.

“Un día –prosiguió– me llama el nuncio y me dice que el Papa Juan Pablo II me nombra obispo de Orense. No había estado nunca en Orense. Y fui obispo de Orense, muy feliz. La Patrona de Orense es Santa María Madre. Allí viví una experiencia preciosa: es una diócesis pequeña en la que tuve relación con todos. Hice en los cinco años que estuve dos visitas pastorales a las más de seiscientas parroquias. A todas. Y me quedaba en verano allí porque era cuando venían los emigrantes que estaban en Alemania, Suiza… venían a bautizar a sus hijos, etc. Fue muy feliz”.

A continuación, el Papa le nombra arzobispo de Oviedo. “Fue un momento muy importante de mi vida”, aseguró, en el que vivió “situaciones difíciles, con el desmantelamiento de las industrias de Avilés, de Gijón, el desmantelamiento de la cuenca minera… Fueron siete años en Oviedo… Años felices, porque el asturiano tiene un corazón muy bueno”, apuntó.

El Papa Benedicto XVI le nombra arzobispo de Valencia, donde “el Señor me entregó el traje que necesitaba. En Valencia he sido feliz, me he sentido querido, valorado. Tanto que cuando me dicen que me tengo que ir para Madrid, pensaba que era una tontería: ha sido el acto de obediencia más grande que he hecho en mi vida”.

“El obispo –dijo– tiene que ser padre y de todos, y tiene que buscar hueco para todos en la Iglesia. Cristo no discrimina a nadie, nos dice en el Evangelio: no he venido a condenar he venido a salvar y eso es más difícil”.

Vivir el amor misericordioso de Dios

A continuación, el arzobispo de Madrid propuso a los presentes “cuatro estaciones que hay que vivir: no juzgar, perdonar, no condenar y, la última, dar la vida. Cuatro estaciones que son las únicas que nos posibilitan vivir el amor misericordioso. Este año tenemos que pasar por ellas: si nos saltamos alguna, no somos misericordiosos”. Aunque no sea fácil, apuntó, “cumpliendo la voluntad de Dios, se hace. Yo creo que el Señor nos da capacidad para hacerlo”.

En este sentido, mencionó A la Iglesia que amo, título de su primer libro, en el que “la primera meditación que tengo es ese texto del Evangelio que habla de la barca: el Señor coge a los discípulos van en la barca, se queda dormido, se van hundir… ¿Cuándo vienen las tormentas en la barca de la Iglesia? Cuando cada uno consideramos que tenemos la razón y remamos a nuestro modo. El lío viene cuando cada uno rema para un sitio… La calma viene cuando, aún remando con ritmos diferentes y estilos diversos, sabemos que lo importante es quién dirige la barca, la Iglesia, que es Cristo”.

Señaló que “la Iglesia está hecha por gente como nosotros, que a veces nos rompemos, que a veces juzgamos egoístamente… Pero Jesús nos dice que el que decide quién hace la barca es Él. Y no sobra nadie. Esta es la Iglesia del Señor”. “Yo quiero hacer esta Iglesia, no otra: la que el Señor ha hecho. Hay que tener un amor especial por el Señor y descubrir que lo nuestro es verdad. Como dice la Madre Trinidad, hemos de embellecer la obra de Cristo, que es la Iglesia. Y hay que dirigirse a Él permanentemente para no perder de vista que la belleza la da Él a través de los lugares donde nos hemos encontrado con el Señor”.

Dio gracias “a la Obra de la Iglesia” con un “recuerdo muy especial de la Madre Trinidad”. “Es una gracia inmensa para la iglesia que el Señor haya querido poner a esta mujer en este tiempo para decirnos cómo hemos de vivir esa experiencia eclesial en la vida, y no teóricamente, sino como ella lo está viviendo: dando la vida, gastando la vida, y sabiendo, como ella mismo lo dice con su vida, que quien dirige todo es el Señor. No está retirada: está dejando que el Señor actúe. Es él quien dirige la Iglesia”, remarcó.

“Es necesario que Dios esté en el centro, porque si no el hombre se va a anular. Y esta es la gran defensa que tenemos que hacer todos, también la Iglesia, porque la Iglesia viene a hablarnos del hombre nuevo que se revela y se hace presente en Cristo, pero Cristo ha dejado que la Iglesia siga diciéndoselo a los hombres”, concluyó.

(Archidiócesis de Madrid)
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