La Encíclica Laudato si´ canta la belleza, la verdad y la bondad de la creación. Es como una summa ecológica que hemos de tener en cuenta a la hora de saber orientarnos en la responsabilidad de transmitir a los que vengan detrás de nosotros esta realidad, si cabe en mejores condiciones. La providencia del Señor actúa a través de nosotros. Todos estamos llamados a cuidar de la creación.
Esta documento, como se ha escrito en estos días, “es un cántico de alabanza y gratitud al Creador. Lejos de amenazar con un tenebroso catastrofismo, el Papa cumple con su deber de ser conciencia crítica, sin atemorizar con tsunamis apocalípticos, pero urgiendo la aplicación de la justicia y el reconocimiento del derecho que asiste a la persona y a la sociedad para contar con un espacio lo más habitable posible” (Card. Amigo Vallejo).
Ha suscitado una gran expectativa. Os invito a leer esta encíclica en profundidad más allá de toda curiosidad. La custodia de la creación y la salud ambiental del planeta configuran uno de los grandes desafíos de la Humanidad para el siglo XXI. “Cultivar y custodiar la creación es una indicación de Dios dada no sólo al inicio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto; quiere decir hacer crecer el mundo con responsabilidad, transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos. Benedicto XVI recordó varias veces que esta tarea que nos ha encomendado Dios Creador requiere percibir el ritmo y la lógica de la creación. Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la «custodiamos», no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar”[1]. “La Edad Moderna se buscó su camino al amparo de los conceptos fundamentales de progreso y libertad. Pero, ¿qué es progreso? Hoy vemos que el progreso también puede ser destructivo. En tal sentido hemos de reflexionar sobre cuáles son los criterios que debemos encontrar para que el progreso sea realmente progreso”[2].
Esta documento, como se ha escrito en estos días, “es un cántico de alabanza y gratitud al Creador. Lejos de amenazar con un tenebroso catastrofismo, el Papa cumple con su deber de ser conciencia crítica, sin atemorizar con tsunamis apocalípticos, pero urgiendo la aplicación de la justicia y el reconocimiento del derecho que asiste a la persona y a la sociedad para contar con un espacio lo más habitable posible” (Card. Amigo Vallejo).
Ha suscitado una gran expectativa. Os invito a leer esta encíclica en profundidad más allá de toda curiosidad. La custodia de la creación y la salud ambiental del planeta configuran uno de los grandes desafíos de la Humanidad para el siglo XXI. “Cultivar y custodiar la creación es una indicación de Dios dada no sólo al inicio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto; quiere decir hacer crecer el mundo con responsabilidad, transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos. Benedicto XVI recordó varias veces que esta tarea que nos ha encomendado Dios Creador requiere percibir el ritmo y la lógica de la creación. Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la «custodiamos», no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar”[1]. “La Edad Moderna se buscó su camino al amparo de los conceptos fundamentales de progreso y libertad. Pero, ¿qué es progreso? Hoy vemos que el progreso también puede ser destructivo. En tal sentido hemos de reflexionar sobre cuáles son los criterios que debemos encontrar para que el progreso sea realmente progreso”[2].
En la Historia de la Salvación, la naturaleza ha tenido una gran presencia. La influencia positiva en la configuración de la naturaleza no significa una recuperación de la religiosidad pagana de la naturaleza. No la diviniza ni la eleva a la inmediatez de Dios, reservada únicamente al hombre. Más bien reconoce en ella un múltiple reflejo de la grandeza y hermosura del Creador, siguiendo el ejemplo de los salmos veterotestamentarios y de las parábolas de Jesús, tomadas del entorno natural. En la posterior historia de la Iglesia ha habido creyentes que han tenido una experiencia de Dios en la naturaleza, muchos de ellos descubrieron a Dios en la naturaleza, la frecuentaron, la contemplaron y disfrutaron de ella; algunos de ellos, llegaron a ser santos después. Uno de los ejemplos más claros, lo tenemos en San Francisco de Asís, que destacó por su sensibilidad y amor a la naturaleza, amigo de los animales y defensor de los más pobres y enfermos; representa el modelo de vida sobrio y austero, respetuoso con la creación tan lejano a la actual cultura del descarte a causa de la cual en unos países se derrochan alimentos y recursos naturales de forma totalmente caprichosa mientras que en otras zonas del planeta miles de personas se mueren de hambre cada día. Mientras en los países occidentales prevalecen los problemas de obesidad y malnutrición por exceso, diversos tipos de cáncer, enfermedades cardiovasculares, etc.; en África, los niños se mueren de malnutrición, por falta de alimentos, etc. La comida que se tira de aquellos que viven en la abundancia es como si fuera robada de la mesa de los pobres y de los hambrientos, que también son seres humanos e hijos de Dios, y tienen derecho a que se respete su dignidad[3]. En este sentido cabe destacar la labor encomiable que está llevando a cabo Cáritas, optimizando al máximo los recursos disponibles y poniéndolos al servicio de los más necesitados que lo están pasando peor y no tienen medios para sobrevivir por ellos mismos.
Ante esta situación, la Iglesia Católica tiene que dar una respuesta, testimoniar, mostrar su compromiso con los más necesitados y ser su principal apoyo. El papa Francisco, en su Pontificado, teniendo como referencia a San Francisco de Asís, busca construir una Iglesia pobre para los pobres en el crecimiento del amor, con el ánimo de guardar a los pobres en nuestro corazón. Hay que mantener la esperanza de que preservar la obra del Creador, don preciado que nos ha legado Dios, y construir un mundo mejor para las generaciones venideras, es posible. La creación es por definición un comienzo. Es el primer tiempo de una historia que debe conducir al hombre al logro de su vida y a su verdadera felicidad. Eso es lo que la fe cristiana llama “salvación”. La creación es el primer don, que condiciona todos los demás. Es el comienzo y es también el soporte constante de la historia de los hombres. Estamos, pues, invitados a considerar la continuación de esta historia. Tenemos razones para la esperanza, fundamentadas en los valores éticos, humanos y sociales de los seres humanos, viviendo la fe y la esperanza cristianas manifestadas en las obras de la caridad, ya que la fe sin las obras es fe muerta. Solidaridad, justicia social y capacidad de admiración ante la creación son factores que contribuirán, con la ayuda de Dios y el trabajo de los hombres de bien, a que la esperanza alcanzable se convierta algún día no muy lejano en realidad tangible, sabiendo que la tierra, nuestra casa común, «es también como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos »
El Papa nos lo recuerda retomando las palabras de Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla: «Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica […], contribuyan al cambio climático, […], contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados».
La respuesta adecuada a esta consciencia es la que San Juan Pablo II llamaba «una conversión ecológica global». En este recorrido, San Francisco de Asís «es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. […] En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior».
La Encíclica Laudato si se desarrolla en torno al concepto de ecología integral, como paradigma capaz de articular las relaciones fundamentales de la persona: con Dios, consigo misma, con los demás seres humanos y con la creación. Por la escucha de la situación a partir de los más recientes conocimientos científicos disponibles hoy, para «dejarnos interpelar en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual que sigue»: la ciencia es el instrumento privilegiado a través del que podemos escuchar el grito de la tierra. Nos llama a hacer un análisis que nos lleve a descubrir « las raíces de la situación actual, para entender no sólo los síntomas, sino también las causas más profundas».
El objetivo es elaborar las bases de una ecología integral que, en sus distintas dimensiones, comprenda «el lugar específico que el ser humano ocupa en este mundo y su relaciones con la realidad que lo rodea». Sobre esta base, el Papa Francisco propone una serie de líneas de renovación de la política internacional, nacional y local, de los procesos de decisión en el ámbito público y de iniciativa privada, de la relación entre política y economía y entre religiones y ciencias, basadas en un diálogo transparente y honesto. Sobre la base de la convicción de que «todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo», propone «algunas líneas de maduración humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana». En esta línea, la Encíclica se cierra ofreciendo el texto de dos oraciones, la primera para compartir con los creyentes de otras religiones y la segunda entre los cristianos, retomando la actitud de contemplación orante con la que se iniciaba el texto.
Hay algunos ejes temáticos que se retoman y enriquecen constantemente: «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida».
El diálogo que el Papa Francisco propone como método para afrontar y resolver los problemas ambientales, se practica dentro del texto mismo de la Encíclica, que retoma las aportaciones de filósofos y teólogos no sólo católicos, sino también ortodoxos (el citado Patriarca Bartolomé) y protestantes (el francés Paul Ricoeur), además del místico musulmán Ali Al-Khawas. Sucede lo mismo en la clave de colegialidad que el Papa Francisco propone a la Iglesia desde el inicio de su propio ministerio: junto a las referencias al magisterio de sus predecesores y de otros documentos vaticanos (en particular del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz), refiere numerosas declaraciones de Conferencias episcopales de todos los continentes.
En el centro del recorrido de la Encíclica encontramos este interrogante: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?. El Papa Francisco prosigue: “Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario”, sino que nos lleva a interrogarnos sobre el sentido de la existencia y los valores que fundamentan la vida social: “: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Si no nos planteamos estas preguntas de fondo –dice el Pontífice_ no creo que nuestras preocupaciones ecológicas obtengan efectos importantes.
Está claro que después de la Laudato si’, el examen de conciencia, instrumento que la Iglesia ha recomendado siempre para orientar la propia vida a la luz de la relación con el Señor, deberá incluir una nueva dimensión que considere no sólo cómo se ha vivido la comunión con Dios, con los otros y con uno mismo, sino también con todas las criaturas y la naturaleza.
Ciertamente la Encíclica podrá y deberá tener un impacto sobre las importantes y urgentes decisiones que se deben tomar en este campo. Sin embargo, no debe pasar a segundo plano la naturaleza magisterial, pastoral y espiritual del documento, cuyas dimensiones, amplitud y profundidad no deben reducirse al ámbito de la definición de políticas ambientales.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
linea_div
[1] FRANCISCO, Alocución en la Audiencia general del 5 de junio de 2013.
[2] Benedicto XVI, Luz del mundo. El papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald, Barcelona 2010, 56.
[3] Cf. FRANCISCO, Alocución en la Audiencia General del 5 de junio de 2013