
Habían venido a verle sus primos de Madrid y la tentación de jugar en el río aumentaba su “gancho”. No era un río profundo, peligroso; pero la primavera aún no había llegado. La humedad y el viento frío preocupaban a las madres: Felipe, “no os mojéis, que podéis agarrar una pulmonía”.
El “aquí no hay playa” (aunque fluvial) de los madrileños, se llevó “los gatitos al agua”. ¿Lo pasaron en grande…? Veinte minutos, como mucho. “A pesar de todo, valió la pena”, comentó el típico ingenuo. El tiempo que tardaron en secarse al salir del agua fue lo peor. Hubo que llevar a Felipe al hospital con 40º de fiebre.
“Ha tenido mucha suerte; esta amigdalitis aguda podía haber dejado secuelas muy graves”, sentenció el médico días después. Algunos recordaron lo de “aprendió, sufriendo, a obedecer”. Aunque otros dijeron que, para sufridora, su madre, que ejerció de “esclava del señorito” durante la lenta recuperación.
Jesús honra al Padre en los cielos de modo perfecto. “Aparca” su voluntad humana y desea entregar su vida por amor, por salvarnos. He ahí la semilla de nuestra verdadera salud. El Espíritu prepara al Pueblo de Dios para unirse a Cristo en la “tarea”.
Ahora que es mayor, Felipe “se moja” con sus hijos: “Vamos con las bicis, que hasta el verano no se puede uno bañar en el río”. Pronto pedalearán sin “ruedines