Ayer 22 de febrero Mons. Pérez Pueyo fue consagrado como obispo de Barbastro – Monzón en una ceremonia oficiada por el Cardenal Arzobispo de Valladolid, Mons. Ricardo Blázquez
en la Catedral de Barbastro, quien actuó de consagrante principal.
Junto a él intervinieron, el arzobispo de Zaragoza, Mons. Vicente
Jiménez y el obispo emérito de Barbastro y Administrador
Apostólico, Mons. Alfonso Milián. Además juntos a éstos, otros cuarenta
obispos de diferentes diócesis de España y del extranjero, quisieron
acompañar al nuevo obispo. Junto a estos obispos y arzobispos,
numerosos sacerdotes de la Diócesis de Barbastro Monzón y numerosos
amigos y fieles quisieron dar la bienvenida al nuevo obispo.
La representación insitucional estuvo formada por la presidenta
del Gobierno autonómico, Luisa Fernanda Rudi, el delegado en el
Gobierno, Gustavo Alcalde, el delegado de Justicia de Aragón, Fernando
García Vicente, los alcaldes de Barbastro y Monzón, diputados,
senadores, presidentes de comarcas y varios ediles.
Mons. Pérez Pueyo, en su homilía, ya
como nuevo obispo de Barbatro – Monzón, mostró en todo momento una
humilde disposición al servicio de la diócesis: “Desde este momento,
barbastrenses, montisonenses, soy vuestro. No me pertenezco. Contad
conmigo (poseedme). Llamad a mi puerta siempre que me necesitéis…”. Tuvo
también palabras de agradecimiento a todas sus personas allegadas y
amigos, y no quiso dejar pasar la oportunidad de saludar y tener un
especial recuerdo a Ejea, su pueblo natal que estaba representado por su
alcaldesa.
Al finalizar quiso reiterar su
agradecimiento al Señor por este regalo que es su consagración como
Obispo de esta diócesis y a todos los asistentes diciendo: “GRACIAS,
GRACIAS, GRACIAS, de corazón al Señor que me ha hecho partícipe de este
inmerecido don…
”
Texto completo de la homilía del nuevo obispo de Barbastro-Monzón
UN GESTO, UNA CONVICCIÓN, UN DESEO
Todavía emocionado por el MISTERIO de
GRACIA que acabamos de celebrar quisiera abrir mi corazón para tener con
cada uno vosotros, un gesto singular, expresaros una convicción y
pediros un deseo.
En primer lugar, quisiera tener un gesto
singular, el mismo que tuvo Don Alfonso Milián cuando se despedía la
semana pasada de cada uno de sus diocesanos. Besó su anillo episcopal
expresando con este gesto el beso que os daba personalmente a cada uno,
signo inequívoco de su cariño, de sus desvelos, de su oración y de su
abnegación pastoral durante estos diez años.
Cuando Don Ricardo me ponía el anillo
episcopal, he vuelto a sentir el mismo escalofrío que cuando me dieron
la noticia de mi nombramiento. No son rumores, Ángel. Acabas de ser
desposado sacramentalmente con esta Iglesia de Barbastro-Monzón. Soy un
afortunado. Lo sé. Y por ello doy gracias a Dios. El Señor me ha
regalado una esposa hermosa. Por dentro y por fuera. Desde este momento,
barbastrenses, montisonenses, soy vuestro. No me pertenezco. Contad
conmigo (poseedme). Llamad a mi puerta siempre que me necesitéis para
que pueda ser en cada caso, bálsamo de Dios, escuchándoos,
confortándoos, sosteniéndoos, implicándome hasta donde sepa, pueda o me
dejen.
Ya veis que al novio no lo han dejado
solo. Viene muy bien acompañado. Son mi familia (mis tíos y mis primos
que suplen orgullosos a mis padres y a mi hermana) y los amigos que el
Señor me ha ido regalando como privilegiada mediación en cada uno de los
lugares donde he ejercido el ministerio pastoral que la Hermandad de
Sacerdotes Operarios me ha destinado: Plasencia, Tarragona, Salamanca,
Madrid, Roma, Majadahonda. Algunos, de más lejos todavía, de Venezuela
(Mons. Salvador Porras), de Colombia (Mons. Víctor Ochoa), de México
(Madre Salud), de Francia (mis tíos), de Roma (el Director General de la
Hermandad, Don Florencio Abajo, un puñado significativo de sacerdotes
del Pontificio Colegio Español de San José, miembros del equipo de
dirección y el presidente de la Asociación de Rectores de los Colegios
Eclesiásticos de Roma, Mons. Erik)… compañeros sacerdotes de toda España
que han compartido la hermosa tarea de formar a los futuros sacerdotes,
algunos acompañados con sus propios seminaristas, mis compañeros de la
provincia eclesiástica de Zaragoza.
Y media Ejea, mi pueblo natal, al que
tanto quiero y tanto debo. La comunidad parroquial, la Corporación
municipal en pleno, con su flamante alcaldesa. Y este puñado de jóvenes
que componen la banda municipal, que celebra su centenario, y es un
verdadero milagro obrado por su joven director Don Javier Comengé. Con
cada uno he tenido una historia, un sufrimiento, un anhelo, un desafío
compartido, donde el único protagonista fue siempre el mismo,
Jesucristo. Gracias, por estar siempre a mi lado y haber sido la
mediación privilegiada que el Señor me ha regalado para seguir creciendo
como persona, como creyente y como sacerdote operario.
En segundo lugar quisiera expresaros una
convicción. Cuentan que un agricultor conseguía siempre el primer
premio en la feria del grano. A todos sus paisanos les llamaba la
atención la costumbre que tenía de compartir sus mejores semillas con
los demás agricultores. Intrigados por aquella prueba de generosidad,
alguien se atrevió a preguntarle cuál era su verdadera motivación. Muy
sencillo, respondió el campesino, todos sabemos que el viento traslada
el polen de unos campos a otros. Si mis vecinos cultivan buen grano,
todos salimos ganando. Este es el verdadero secreto evangélico, si
ofreces lo mejor de ti mismo a los demás, todos nos enriquecemos. En mis
34 años de ministerio sacerdotal, he podido comprobar que no falla.
Por último, abusando de vuestro cariño y
de vuestra confianza, quisiera pediros un deseo. Asociaros a cada uno a
mi humilde pastoreo. A la salida, mis amigos del alma y la Asociación
de fieles PROVIDENCIA, que han venido a acompañarme desde Almería, os
van a entregar una réplica en pequeño del pectoral para que lo llevéis
colgando por dentro. Y lo descubran con vuestro testimonio. No sólo para
que sostengáis con vuestra oración mi humilde ministerio episcopal sino
también para que cada uno visibilice a Jesucristo, buen pastor, para
que salga a los caminos en busca del hermano que está solo, vacío,
cansado, desorientado, perdido, herido, roto… y llegue a ser para cada
uno verdadero alivio y caricia de Dios. Lo cargue sobre sus hombros y lo
traiga de nuevo a casa, donde el banquete está apunto y el Padre lo
aguarda con las sandalias, la túnica y el anillo.
Es el mejor regalo que podía entregaros a
cada uno junto con la estampa, donde San Agustín, expresa
magistralmente el sentir evangélico que el Papa Francisco nos pide no
sólo a los Obispos, a los sacerdotes o a los consagrados sino a todos
los cristianos. Os pido encarecidamente que seáis mi brazo extendido en
cada uno de los ambientes donde difícilmente yo podría llegar, mi báculo
prolongado para abrir juntos caminos, escudriñar todos los matojos y
procurar que ninguno de los hijos que me han sido confiados se pierda,
ni se quede rezagado o herido al borde del camino (excluido):
«De manera que seguiré llamando a las
que andan errantes y buscando a las perdidas. Lo haré quieras o no
quieras. Y aunque en mi búsqueda me desgarren las zarzas del bosque, no
dejaré de introducirme en todos los escondrijos, no dejaré de indagar en
todas las matas; mientras el Señor a quien temo me dé fuerzas, andaré
de un lado a otro sin cesar. Llamaré mil veces a la errante, buscaré a
la que se halla a punto de perecer».
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, de corazón al
Señor que me ha hecho partícipe de este inmerecido don, a la Iglesia en
España representada en la persona del Sr. Nuncio de su Santidad, Don
Enzo Fratini, que aunque de forma discreta y humilde, apenas
imperceptible, hace visible y presente al Papa Francisco entre nosotros,
a mis hermanos en el episcopado, cardenales, arzobispos y obispos,
especialmente a Don Ricardo, Don Vicente y Don Alfonso, consagrantes
principales, a mis hermanos de la provincia eclesiástica, que hoy me
acogen en el colegio episcopal, a cada uno de los sacerdotes,
seminaristas, religiosos, institutos de vida consagrada, monjes y monjas
de clausura que nos han acompañado con su oración desde sus
monasterios, cristianos de las diferentes comunidades del Sobrarbe, la
Ribagorza, el Somontano, la Litera, el bajo Cinca y el medio Cinca que
habéis venido, grupos apostólicos, cofradías, movimientos, miembros de
la Prelatura o los que os habéis desplazado desde más lejos.
A cada una de las autoridades civiles
locales y regionales, a las instituciones políticas, judiciales,
académicas y militares. A los diversos medios de comunicación locales y
regionales que comparten con nosotros el anhelo de serviros a todos y de
construir un mundo si no más divino, al menos más humano y más justo.
Que Dios os bendiga como sólo Él sabe hacerlo. Gracias.