CÓMEO TI
Cuando el Señor nos invita a un gran banquete, en su corazón podemos descubrir ese deseo tradicional del: “te llamo y comemos juntos; …allí me cuentas; … y nos echamos unas risas”. Claro que, siendo Dios quien convoca, podemos imaginar un amor hacia nosotros infinito, incalculable.Aún así, demasiados declinan la invitación.
Resulta muy duro, como una bofetada, escuchar la burla: “cómeo ti, mamá”. Seguramente, por algún estúpido capricho. Por ignorancia sobre un plato novedoso. Por desprecio al trabajo de toda una mañana de dedicación. O, peor, porque el estómago, empachado, ya sólo asimila la comida basura a la que se ha acostumbrado.
San Pablo apunta a lo importante: el mejor banquete no se mide por la abundancia o la escasez material. Sino por compartir mesa con el Comensal que conforta y llena por dentro; que comparte tribulaciones; que provee toda necesidad. Cuando inviten a algo así, aparcar las tonterías de mocoso,vestirse adecuadamente y presentarse con un detallito. Para ir por la vida, al cielo o a la Eucaristía, no vale todo.
De pequeño, mi madre preparó uno de esos platos nutritivos y llenos de trabajo. Por alguna razón, aunque olía bien, su aspecto no me gustaba. “¡Qué cara le pones!” (es una de las maneras maternas de decir: “al menos pruébalo, que me lo he currao por ti”). Del asco-con-miedo, pasé a la reflexión-seria, luego a la sonrisa y por fin al asombro: ¡Qué delicia! ¡Y casi me lo pierdo por imbécil! Que esto no nos pase con el Reino.