Sor Isabel Remiñán, sor María Luisa Bermúdez y el padre Fernando Olmedo, nacidos en la Archidiócesis de Santiago serán beatificados el próximo 13 de octubre en Tarragona
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En una Carta Pastoral del pasado mes de agosto, dedicada a los tres mártires de la Archidiócesis de Santiago que serán beatificados en Tarragona en octubre, el arzobispo compostelano, monseñor Julián Barrio, recordaba que estos testigos de la fe “nos dejaron escrito con su sangre el mensaje de las Bienaventuranzas dándonos testimonio de amor, de perdón, de bondad y de paz con el apoyo de la oración, de la Eucaristía y de la devoción a la Virgen María”.
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En una Carta Pastoral del pasado mes de agosto, dedicada a los tres mártires de la Archidiócesis de Santiago que serán beatificados en Tarragona en octubre, el arzobispo compostelano, monseñor Julián Barrio, recordaba que estos testigos de la fe “nos dejaron escrito con su sangre el mensaje de las Bienaventuranzas dándonos testimonio de amor, de perdón, de bondad y de paz con el apoyo de la oración, de la Eucaristía y de la devoción a la Virgen María”.
La Archidiócesis de Santiago verá las beatificaciones del padre capuchino Fernando Olmedo, de la Hermana de la Caridad, María Luis Bermúdez, y de la Franciscana Misionera de la Madre del Divino Pastor, sor Isabel Remiñán Carracedo. La Carta Pastoral “Vencieron en virtud de la sangre del Cordero...”, de monseñor Barrio dice así: “El 13 de octubre de este Año de la Fe, la Iglesia en España celebrará el relevante acontecimiento de la Beatificación de un numeroso grupo de mártires del siglo XX en nuestra geografía española. Fueron testigos valientes y luminosos del Evangelio hasta el extremo de dar su propia vida. Ahora los contemplamos como un signo de esperanza. Es el milagro de la fe que nos hace recordar que los mártires “vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio que dieron y no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12,11). Nos dejaron escrito con su sangre el mensaje de las Bienaventuranzas dándonos testimonio de amor, de perdón, de bondad y de paz con el apoyo de la oración, de la Eucaristía y de la devoción a la Virgen María.
Esta celebración nos evoca que la Iglesia fundada por Cristo es la Iglesia peregrina que como decía san Agustín, camina entre los consuelos de Dios y las turbaciones del mundo, quedando constancia en ella de tantos mártires y santos. Es el vigor de la fe de estas personas lo que nos ayuda a ver no el triunfo visible de la Iglesia sino su crecimiento en profundidad. La historia de la Iglesia acredita fehacientemente esta realidad. En sus páginas vemos que “atraídos por el ejemplo de Jesús y sostén idos por su amor, muchos cristianos, ya en los orígenes de la Iglesia, testimoniaron su fe con el derramamiento de su sangre. Tras los primeros mártires han seguido otros a lo largo de los siglos hasta nuestros días”.