Me encontraba fuera de España cuando se produjo el terrible accidente
ferroviario en Santiago de Compostela, aunque lo supe enseguida, ya que
la noticia se divulgó a través de los medios de comunicación
internacionales.
Desde lejos he podido rezar y ofrecer la Santa Misa por las víctimas y por sus familiares.
Esta mañana, en la catedral de Tui, he asistido al funeral de una de
esas víctimas, la profesora Blanca Padín, que me había dado clase en el
Instituto de Lengua y Literatura.
En el funeral he encontrado a un sacerdote de Santiago de Compostela.
Me ha comentado como, en todo momento, los sacerdotes de la
archidiócesis estuvieron acompañando a las víctimas y a sus familias.
“No quisiera dejar de decir algo que clama por salir de mi garganta
conmovida. Y es, sencillamente, que estoy orgulloso de mi obispo y de
los sacerdotes de mi diócesis, porque desde el primer momento todos los
que pudieron, estuvieron acompañando humana y espiritualmente a las
víctimas de este drama tan cercano. Supieron llevar a Cristo a quien
pedía un apoyo desde la fe; ofrecieron ayuda a quien buscaba a un
familiar o demandaban información de lo que estaba aconteciendo en las
UCIs; arroparon a quien se sentía desvalido, triste o deprimido.
Tal vez esta realidad no salga reflejada en los medios de
comunicación. Pero ha sido tan real como el esfuerzo realizado por los
psicólogos. Mons. Barrio dijo ayer en su homilía de la Misa del Apóstol
que Santiago había peregrinado con las víctimas hasta el Pórtico de la
Gloria. Y yo me atrevo a decir que mi obispo y nuestros sacerdotes
llevaron esperanza a los pasajeros de un tren que iba a la vida eterna".
por Guillermo Juan Morado
Publicado en: La Puerta de Damasco