"Ánimo determinado es menester para subir en la cruz desnudo de todas las aflicciones, como el Señor lo hizo, aun hasta dejar a su madre tan lastimada al pie de la cruz. Mas si tuviere él tal ánimo y se ofreciere el Vicario de Cristo que "ofrezca su vida en sacrificio por el pecado", será consolado y pagado con lo que su Señor lo fue, que "verá su descendencia prolongándose en días" (Is 53, 10). Atrévase a morir debajo de la tierra, como grano de trigo; "no buscando mi conveniencia, sino la de los demás para que se salven" (1 Cor 10, 33). No teniendo en cuenta lo que le es lícito, sino con lo que edifica su Iglesia y es expediente para el bien de ella (cf. 1 Cor 6, 12); no con cosa temporal, pues en tiempo de las tempestades suelen echar la hacienda en la mar por escapar la vida de los navegantes. Y si con este esfuerzo y celo de Dios mortificare sus afectos y ofreciere a Dios su corazón desnudo de todas las cosas, herido con la compasión de sus ovejas, lloroso en la oración por el remedio de ellas, sediento por la Iglesia de Jesucristo, cuyo Vicario es, y todo afligido y mortificado, como gallina que debajo de sus alas quiere amparar a sus hijos, no se los lleve el milano. Y, mirando cuán enclavados tuvo el Señor sus pies y sus manos en la cruz, no usando de su poder por remediar con sus flaquezas las nuestras, procure él con el esforzado ánimo, no usando de su poder conforme a su voluntad ni a sus intereses, mas ate sus manos muy bien atadas, como con clavos de propósitos firmes, para usar más  el poder como convenga a la honra de Dios, que se lo dio, y al provecho de las Iglesia, para quien se lo dio. Y si trabajo le fuere mortificarse de esta manera, que cierto lo es, pues muerte y mortificación son muy parientas, consolarlo ha el señor con que, si "si cayendo en tierra muere, lleva mucho fruto" (Jn 12, 24-25). Porque de este corazón, aunque uno, siendo mortificado como es dicho, nacerán innumerables corazones, que se ofrecerán a Dios, tras él y con él, mortificados a sí mismos y vivos a Dios. ¿Quién habrá que no siga al Vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo? ¿Quién de los eclesiásticos osará vivir como quiere viendo a su príncipe vivir vida de cruz por bien de la Iglesia?!
 
San Juan de Ávila, Tratados de reforma: Causas y remedios de las herejías, n. 41

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