"Atribulado está el pueblo cristiano y necesitado de
consolación y esfuerzo de su Capitán y Pastor; y, pues no puede visitar a
todos con su persona, envíele hombres religiosos, poderosos en palabra y en
obras, que de su parte los visiten, consuelen y esfuercen, animándolos a
penitencia y ofreciéndoles su favor, aunque sea dar la sangre por su
remedio. Tenga en cuenta particular desde su silla con quién es cada prelado, en
qué se ejercita y si apacienta a su pueblo por su misma persona, con enseñarles
la Palabra de Dios, como en este santo Concilio se ha determinado que tiene
obligación de hacerlo. Porque de muy poco efecto será la determinación del
Concilio si falta quién la ejecute, y ninguno hay que tanta obligación tenga a
la ejecutar ni que con tanto provecho lo pueda hacer como el Papa, al que todos
los prelados deben obediencia. Y, porque se tenga mejor cuenta de cómo los
prelados ejercitan su oficio, conviene que el Papa enviase personas poderosas en
palabras y obras y no con temporal fausto, sino con cristiana humildad y
entrañable caridad, que visiten a los obispos de parte del Papa y sepan cómo se
ejercita el catecismo de los rudos; qué cuidado tiene de las viudas, pobres
y personas miserables, de las cuales es padre el obispo; ítem, qué predicadores,
qué curas, qué confesores tienen para sus ovejas; qué derechos lleva de su
audiencia y qué personas tiene en ella. Oiga la tal persona las quejas de los
inferiores que le dieren de sus obispos, y, en fin, mire muy
particularmente al pastor ya sus ovejas, parque pueda dar relación verdadera y
entera de todo lo que pasa al Papa que lo envió; el cual con cartas alabe lo
bueno que los prelados hicieren, reprenda lo notable, enseñe lo que no saben,
castigue cuando conviene; y de esta manera, aunque esté ausente, será tenido
como presente y todos harán bien su oficio o por temor o por amor. Tenga cuenta
que de aquí adelante no será elegido a dignidad episcopal persona que no sea
suficiente para ser capitán del ejército de Dios, meneando la espada de su
palabra contra los errores y contra los vicios, y que pueda engendrar hijos
espirituales, pues esposo es de su Iglesia, y en señal de ello trae anillos
en sus manos. Y no es razón que él sea esposo y otros engendren los hijos. Y,
aunque en otros tiempos más pacíficos de la Iglesia esto no fuera tan gran daño,
mas en los presentes sería grandísimo, y en ninguna manera se puede. Mírese que
la guerra que está movida contra la Iglesia está recia y muy trabada y muchos de
los nuestros han sido vencidos en ella..."
San Juan de Ávila, Tratados de reforma: Causas y
remedios de las herejías, n. 42