“Dice Jeremías de nosotros, los predicadores, que somos atalayas que estamos en lo alto. Está el pueblo durmiendo y el atalaya velando. Mas si las atalayas son ciegas o se duermen, ¿cómo dirán al pueblo cuando viene el enemigo: «¡Alarma, alarma!»? Pues dice Dios: “Si han asistido a mi consejo, que hagan oír mis palabras a mi pueblo y lo conviertan de su mal camino y de sus perversas obras” (Jer 23, 22). Si el pueblo muriere, no sea, predicador ni prelado, por tu culpa; avísale tú cuando viene el enemigo. ¡Oh, pobres de nosotros, predicadores y prelados, que vemos menos de las cosas de Dios, que la otra gente! Somos atalayas ciegas, en codicias de dinero, y de cosas de tierra, y de mundo; no somos de los que dice S. Pablo: «Nuestra conversación es en los cielos» (Flp 3, 20); en las virtudes, que son las que llevan al cielo”.
San Juan de Ávila, Lecciones sobre 1San Juan: Lección 15ª