"Mirémonos, padres, de pies a cabeza, alma y
cuerpo, y hemos de vernos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que
con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejantes al portal de Belén y
pesebre donde fue reclinado, y a la Cruz donde murió, y al sepulcro donde fue
sepultado. Y todas estas cosas santas, por haberlas Cristo tocado; y de lejanas
tierra las van a ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan
sus vidas movidos por la santidad de aquellos lugares. ¿Por qué los sacerdotes
no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como
no vino en los otros lugares? Y el sacerdote le trae con las palabras de la
consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la Virgen.
Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a
los cuales nombres conviene gran santidad. ¿Quién será aquel tan desventurado
que, siendo de Dios tan preciado y honrado, dé consigo en el lodo y hediondo
cieno de los pecadores? ¡Oh padres míos! Bienaventurados somos si sabemos
conocer y nos queremos aprovechar del gran precio y estima con que somos
honrados de Dios. Y ¡ay! ¡ay! ¡ay de nosotros si, siendo tan preciados de
Él, no nos apreciamos a nosotros ni lo apreciamos a Él!"
San
Juan de Ávila, Pláticas: 1. A sacerdotes,
n. 6