Queridos diocesanos:
La Cuaresma “es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitaria”, y respondamos a la llamada a la conversión que exige conformarnos con Cristo “que se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5, 2), despojarnos del hombre viejo con sus obras, y revestirnos del Hombre Nuevo, Cristo, que lo es todo en todos (cf. Col 3, 10-11). La liturgia cuaresmal nos ayuda a recordar “al hombre tal como ha sido querido por Dios, tal como Él lo ha elegido eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria”.
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“Pues bien -oráculo del Señor-, convertíos a mí de todo corazón” (Jl 2,12). La conversión recupera al hombre para la salvación y la santidad en la experiencia de la relación personal con Dios, sabiendo que sólo alcanzaremos esa conciencia humilde en la medida en que nuestra oración nos abre al conocimiento de la voluntad de Dios y nos da fuerza para cumplirla. En este sentido urge revitalizar nuestro bautismo, comprobando si las promesas bautismales tienen incidencia en nuestra vida. Nuestro drama como cristianos es terminar viviendo como quienes han renunciado a la santidad bautismal. La conversión y la santificación real son siempre un don gratuito de la iniciativa divina para lograr el encuentro personal de cada hombre con Cristo.
D. Julián Barrio, de la Carta Pastoral en la Cuaresma 2012

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