
En Berea tuvieron buena acogida, y Pablo habló con normalidad en la
sinagoga, y recibieron con buen ánimo las palabras de Pablo,
escudriñando las Escrituras. Tampoco aquí faltó el revuelo, pues
llegaron de Tesalónica los agitadores de algún día antes, y alborotaron a
las turbas. Entonces unos hermanos recogieron a Pablo, de suerte que
alcanzara el mar, para dirigirse a Atenas, mientras que Silas y Timoteo
esperaban allí, hasta que pudieran ir al encuentro de Pablo.
En Atenas, Pablo se dirige al Areópago. Felicita a los atenienses por
ser tan piadosos que tienen incluso un monumento al dios desconocido.
Pablo dice que de ese Dios quiere hablarles él. Lo proclama como el
creador de todo, que no habita lejos de nosotros, sino que “en Él
vivimos, nos movemos y existimos”. Va adelante con su discurso, hasta
que dice que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos. Entonces
desconectaron de lo que pudiera decirles, porque no creían en la
resurrección. Sin embargo, algunos creyeron y se asociaron a Pablo.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño