Andrés Soto Varela es médico en el CHUS. Su especialidad es
Otorrinolaringología y es una eminencia en el campo de la Otoneurología.
Está casado y tiene cuatro hijos. El año pasado el diario de la capital
de Galicia, “El Correo Gallego”, le hizo miembro de su “Club de
Gallegos del Año”. Andrés Soto Varela es un profesional respetado y
admirado, un hombre amante de su familia y siempre agradecido. Hoy
comparte su testimonio sobre esta situación que vivimos.
¿Qué opinas del coronavirus?
No es el primero ni será el último. No es el microorganismo que más
muertes ha provocado (la gripe de 1918 se llevó por delante a muchos
millones de personas en el mundo) ni es el más peligroso (el virus del
ébola tiene un porcentaje de mortalidad mucho mayor que el coronavirus).
Pero ha sacudido a la sociedad occidental del siglo XXI. La sociedad
que se creía segura y protegida de casi todo, se ha notado vulnerable y
débil.
¿Te cuesta estar en casa? ¿Por qué?
No me supone ningún esfuerzo, aunque mi confinamiento no es completo
(al ser médico, tengo que ir al hospital). Estas semanas me han
permitido disfrutar de mi mujer y de mis hijos como nunca. He saboreado
la convivencia con ellos, la que el ajetreo del día a día habitualmente
nos roba. Comer juntos, ver una película en familia, tener tiempo para
charlar sin prisa… Lo dicho, bendito confinamiento en familia. No sé si
lo echaré de menos cuando nos desconfinen…
Algo que te ayude a sobrellevar mejor la rutina diaria actual.
Insisto en que no necesito “sobrellevarla”, porque no me supone una
sobrecarga. En cualquier caso, es bueno respetar y organizar momentos a
lo largo del día (de trabajo, de charla, de descanso, de ejercicio
físico…). Sobre todo, hablar. Hablar mucho, con calma, con sosiego, con
pasión… Hablar de todo: de temas intrascendentes y de lo importante en
la vida. Recuperar la conversación, que tanto habíamos perdido en
nuestras vidas atareadas.
¿Qué lección podemos sacar de todo esto?
Que somos débiles, como especie y como individuos (lo sabíamos, pero
no lo reconocíamos). Que el futuro no está asegurado (seamos jóvenes o
mayores), así que hay que disfrutar el regalo de la vida; hay que
saborear cada momento con aquellos a quienes queremos. Y que lo
importante en todo esto son las personas (y no las cifras de una
estadística): con sus temores, con su esfuerzo, con su dolor, con su
entrega…
Unas palabritas para Dios…
Las dijo hace muchos años Jesús de Nazaret: “Padre, hágase tu
voluntad”. ¿Qué más podemos decir? Él sufre con quien se muere en el
hospital o en la residencia, acompaña al que está confinado en soledad,
disfruta con la familia que se redescubre en estas semanas… “Hágase tu
voluntad”.
Una dedicatoria para alguien.
Para todos los que han fallecido en soledad, sin el abrazo de sus
seres queridos. Para las familias que no los han podido acompañar. Para
las personas (enfermeros, médicos, auxiliares, sacerdotes…) que,
jugándose sus propias vidas, han estado a su lado en el momento de irse
con el Padre, dándoles el calor y el afecto que sus familias habrían
querido darles.
Un modo de servir a los demás sin salir de casa.
Nunca lo hemos tenido tan fácil: no salir de casa es servir a los
demás. Cuando un joven se queda en casa, se protege a sí mismo y protege
a las personas mayores, más vulnerables al virus. Lo decían en Italia
hace unas semanas: “A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la
guerra; a nosotros, que nos quedemos en casa”. ¿No seremos capaces de
hacerlo?
Un sueño para el futuro.
Que los valores que hemos redescubierto en este confinamiento (el
sacrificio por los demás, la importancia de la familia, el cuidado de
los mayores, la necesidad de la conversación…) no se diluyan cuando
volvamos a la vida habitual, tan llena de ocupaciones y distracciones.
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