
Monseñor Fernández indicó al rector, a los formadores y a los
seminaristas que “también a nosotros, como al pueblo de Israel, nos pesa
la dureza del desierto en que se convierte con frecuencia nuestra vida.
Y entonces fácilmente nos puede venir la tentación de pensar que Dios
nos ha abandonado. No olvidemos entonces la historia del agua sedienta
que hoy hemos recordado; tampoco lo que nos ha dicho San Pablo: “Dios
nos demostró su amor en que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo
murió por nosotros”. Y: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
A quienes se iban a ordenar como diáconos, el obispo auxiliar les
dijo: “Hoy, particularmente, hacemos memoria agradecida del don de la
vocación al ministerio pastoral al que hemos sido llamados, no por ser
los más importantes y capaces, tampoco por ser los más santos y fieles,
sino por pura gracia. Cada día, a través de los sacramentos, el Señor
nos regala su Espíritu de amor. Hoy, por mi ministerio, este Espíritu de
Cristo siervo descenderá sobre Santiago y Calixtus para configurarlos
con Él”.
Archicompostela