
Se sabe muy poco seguro sobre su historia, pero ya se la veneraba en Roma en el siglo VI
La historia de esta joven santa comienza por su tumba, 1400 años
después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el activísimo Urbano
VIII, empeñado en lo espiritual en la contrareforma católica, y en lo
material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las
reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa
Martina y fijó la celebración para el 30 de enero.
El mismo compuso el elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite
nomini, Cives Romulei, plandite gloriae”, que era una invitación a
honrar a la santa en la vida inmaculada, en la caridad ejemplar y en el
valiente testimonio que demostró a Cristo con su martirio.
Son pocas las noticias históricas. La más antigua es del siglo VI,
cuando el Papa Onorio le dedicó una iglesia en Roma. Quinientos años
después, al hacer excavaciones en esta iglesia, se encontraron
efectivamente las tumbas de tres mártires.
En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de la santa. No se sabe
nada más, y por eso es necesario buscar noticias en una Passio
legendaria.
Según esta narración, Santa Martina era una diaconisa, hija de un
noble romano. Debido a su abierta profesión de fe, la arrestaron y la
llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235).
Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, hasta
el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia
imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un
fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo
logró una gran expansión misionera.
El autor de la Passio ignora todo esto, y hace más bien una lista de
las atroces torturas con que el emperador martirizó a la santa.
Cuenta que cuando Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la
convirtió en pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó el templo y
mató a los sacerdotes del dios.
El prodigio se repitió con la estatua y el templo de Artemidas. Todo
esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores; pero no, se
obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles tormentos, de los
que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle la cabeza con una
espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de la Iglesia
romana.
Artículo originalmente publicado por Santopedia
Aleteia