Nació en Toledo el año 606 o el 607, hijo de Esteban y Lucía, nobles
visigodos, parientes del Rey Atanagildo; educado desde niño al lado de
su tío san Eugenio III, pasó, ya entrado en la pubertad, a Sevilla,
confiado a san Isidoro.
En su escuela cursó, con gran aprovechamiento, la Filosofía y las
Humanidades, llegando a tanto el amor que su maestro le profesaba, que
cuando quiso volver a Toledo, aquél se lo impidió por algún tiempo,
llegando hasta encerrarle para obligarle a desistir.
Llegó por fin a Toledo, y la fama que entonces tenía el monasterio
Agaliense le arrastró a aquel retiro, impulsado además por su fuerte
vocación.
Sabedor su padre de esta resolución, reúne algunos amigos e invade en
su compañía el convento, teniendo san Ildefonso que ocultarse para
escapar a una violencia.
La intercesión de su madre y de san Eugenio hicieron por fin al padre
consentir, y san Ildefonso, monje, pudo dedicarse a la oración y al
estudio, recibiendo las sagradas ordenanzas mayores de manos de san
Eladio, y san Eugenio le nombró después arcediano de su iglesia.
Los monjes del monasterio de san Cosme y san Damián le nombraron su
abad, dignidad que también obtuvo a la muerte de Deusdedit en el
monasterio donde había profesado, haciéndose admirar por el celo que
desplegó en la reforma de su Orden, por su fe y su inagotable caridad.
Muertos sus padres fundó con su pingüe herencia un convento de monjas
en una herencia que le pertenecía en el pago llamado Deibia o Deisla,
no conociéndose hoy en qué parte del término de Toledo estaba situado.
A la muerte de su tío, san Eugenio III, fue nombrado Arzobispo de
Toledo, cuya silla ocupó el 1 de diciembre del año 659, no sin haberla
con insistencia rehusado.
Compuso, apenas elevado a la nueva dignidad, un libro que tituló “De
virginitate perpetua Sanctae Mariae adversus tres infidelis”, para
combatir los errores de la secta joviniana.
La tradición asegura que la Virgen María se le apareció y le impuso una casulla.
Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de Santa Leocadia, por haber
nacido en santo en unas casas pertenecientes a aquella colación, no
lejos de la parroquia de san Román, en lo que fue luego casa de los
jesuitas.
Cuando la invasión de los árabes, los toledanos, que con las
reliquias de sus santos y los sagrados vasos huyeron hacia las montañas
de Asturias trasladaron el cuerpo del santo a Zamora.
Dejó escritos, además del tratado “De virginitate”, antes mencionado,
otro con el título “De cognitione baptismi, De itinere vel progresso
espirituali diserti quo pergitur post baptismum”, la continuación de
libro de los “Ilustres varones”, de san Isidoro, y dos cartas,
respuestas a otras que le dirigió Quirico, obispo de Barcelona.
Artículo publicado originalmente por Archidiócesis de Toledo
Aleteia