
En su escrito, el Santo Padre dirige estas palabras a los sacerdotes,
que “como el Cura de Ars, trabajan en la ‘trinchera’, llevan sobre sus
espaldas el peso del día y del calor y, expuestos a un sinfín de
situaciones, ‘dan la cara’ cotidianamente y sin darse tanta importancia, a fin de que el Pueblo de Dios esté cuidado y acompañado”.
Los sacerdotes –escribe el Papa- “tantas veces, de manera
desapercibida y sacrificada, en el cansancio o la fatiga, la enfermedad o
la desolación, asumen la misión como servicio a Dios y a su gente e, incluso con todas las dificultades del camino, escriben las páginas más hermosas de la vida sacerdotal”.
Dolor, gratitud, ánimo y alabanza
En la carta, el Papa destaca cuatro palabras con las que estructura esta exhortación a las decenas de miles de sacerdotes: dolor, gratitud, ánimo y alabanza.

“Este dolor no es indiferente tampoco a los presbíteros. Así
lo pude constatar en las diferentes visitas pastorales tanto en mi
diócesis como en otras donde tuve la oportunidad de mantener encuentros y
charlas personales con sacerdotes. Muchos de ellos me manifestaron su
indignación por lo sucedido, y también cierta impotencia, ya que además
del ‘desgaste por la entrega han vivido el daño que provoca la sospecha y
el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la
duda, el miedo y la desconfianza’”, escribe el Pontífice.
"Valiente y constante ejemplo"
De este modo, Francisco señala que “sin negar y repudiar el daño
causado por algunos hermanos nuestros sería injusto no reconocer a
tantos sacerdotes que, de manera constante y honesta, entregan todo lo
que son y tienen por el bien de los demás y llevan adelante una
paternidad espiritual capaz de llorar con los que lloran; son
innumerables los sacerdotes que hacen de su vida una obra de
misericordia en regiones o situaciones tantas veces inhóspitas, alejadas
o abandonadas incluso a riesgo de la propia vida. Reconozco y
agradezco vuestro valiente y constante ejemplo que, en momentos de
turbulencia, vergüenza y dolor, nos manifiesta que Ustedes siguen
jugándose con alegría por el Evangelio”.
“El señor está purificando a su Esposa y nos está convirtiendo a
todos a Sí. Nos permite experimentar la prueba para que entendamos que
sin Él somos polvo. Nos está salvando de la hipocresía y de la
espiritualidad de las apariencias. Está soplando su Espíritu para devolver la belleza a su Esposa sorprendida en flagrante adulterio”, añade.
No perder la memoria agradecida
La segunda palabra de la carta del Papa es la “gratitud”. Francisco
explica en este caso que “en momentos de tribulación, fragilidad, así
como en los de debilidad y manifestación de nuestros límites, cuando la
peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación
fragmentando la mirada, el juicio y el corazón, en esos momentos es
importante —hasta me animaría a decir crucial— no sólo no perder la
memoria agradecida del paso del Señor por nuestra vida, la memoria de su
mirada misericordiosa que nos invitó a jugárnosla por Él y por su
Pueblo, sino también animarse a ponerla en práctica y con el salmista poder armar nuestro propio canto de alabanza porque ‘eterna es su misericordia’”.
El agradecimiento –explica- siempre es un “arma poderosa”. Por ello,
afirma que “sólo si somos capaces de contemplar y agradecer
concretamente todos los gestos de amor, generosidad, solidaridad y
confianza, así como de perdón, paciencia, aguante y compasión con los
que fuimos tratados, dejaremos al Espíritu regalarnos ese aire fresco capaz de renovar (y no emparchar) nuestra vida y misión”.

Renovar el ánimo sacerdotal
Igualmente, les agradece la alegría con la que han sabido entregar
sus vidas mostrando “un corazón que con los años luchó y lucha para no
volverse estrecho y amargo y ser, por el contrario, cotidianamente
ensanchado por el amor a Dios y a su pueblo; un corazón que, como al
buen vino, el tiempo no lo ha agriado, sino que le dio una calidad cada vez más exquisita; porque ‘eterna es su misericordia’”.
Agradece también la carta la búsqueda de los sacerdotes por
fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad con el presbiterio y el
obispo. También por su testimonio de perseverancia y “aguante”. Y sobre
todo por “celebrar diariamente la Eucaristía y apacentar con misericordia en el sacramento de la reconciliación,
sin rigorismos ni laxismos, haciéndose cargo de las personas y
acompañándolas en el camino de conversión hacia la vida nueva que el
Señor nos regala a todos”.
La tercera palabra central de la carta de Francisco es “ánimo”. Afirma que su deseo “es acompañarlos a renovar nuestro ánimo sacerdotal,
fruto ante todo de la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas.
Frente a experiencias dolorosas todos tenemos necesidad de consuelo y de
ánimo. La misión a la que fuimos llamados no entraña ser inmunes al
sufrimiento, al dolor e inclusive a la incomprensión; al contrario, nos
pide mirarlos de frente y asumirlos para dejar que el Señor los
transforme y nos configure más a Él”.
Cuidado con la "tristeza dulzona"
Un buen “test” para conocer como está cada corazón de pastor es
preguntarse cómo se enfrenta al dolor. “Desilusionados con la realidad,
con la Iglesia o con nosotros mismos, podemos vivir la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona,
que los padres de Oriente llamaban acedia. El card. Tomáš Špidlík
decía: ‘Si nos asalta la tristeza por cómo es la vida, por la compañía
de los otros, porque estamos solos… entonces es porque tenemos una falta
de fe en la Providencia de Dios y en su obra. La tristeza […] paraliza
el ánimo de continuar con el trabajo, con la oración, nos hace
antipáticos para los que viven junto a nosotros. Los monjes, que dedican
una larga descripción a este vicio, lo llaman el peor enemigo de la
vida espiritual’’.

Francisco insiste en repetir a los sacerdotes que “todos necesitamos del consuelo y la fortaleza de Dios y de los hermanos en tiempos difíciles”.
“Reconozcamos nuestra fragilidad, sí; pero dejemos que Jesús la
transforme y nos lance una y otra vez a la misión. No nos perdamos la
alegría de sentirnos ‘ovejas’, de saber que él es nuestro Señor y
Pastor”, añade el Papa.
Contemplar a María
Por último, el Papa Francisco habla de la “alabanza”. Afirma que “es imposible hablar de gratitud y ánimo sin contemplar a María.
Ella, mujer de corazón traspasado nos enseña la alabanza capaz de abrir
la mirada al futuro y devolver la esperanza al presente. Toda su vida
quedó condensada en su canto de alabanza que también somos invitados a
entonar como promesa de plenitud”.
“Mirar a María es volver ‘a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño.
En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los
débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para
sentirse importantes’”, agrega.
De este modo, el Papa recomienda que si alguna vez la mirada comienza a endurecerse o asoma la apatía “no tengamos miedo de contemplar a María y entonar su canto de alabanza”.
Que la gratitud despierte la alabanza
“Si alguna vez nos sentimos tentados de aislarnos y encerrarnos en
nosotros mismos y en nuestros proyectos protegiéndonos de los caminos
siempre polvorientos de la historia, o si el lamento, la queja, la
crítica o la ironía se adueñan de nuestro accionar sin ganas de luchar,
de esperar y de amar… miremos a María para que limpie nuestra mirada de toda ‘pelusa’ que puede estar impidiéndonos ser atentos y despiertos para contemplar y celebrar a Cristo que Vive en medio de su Pueblo”, recalca el Pontífice.
Para acabar su carta, Francisco recuerda a los sacerdotes que “dejemos que sea la gratitud lo que despierte la alabanza
y nos anime una vez más en la misión de ungir a nuestros hermanos en la
esperanza. A ser hombres que testimonien con su vida la compasión y
misericordia que sólo Jesús nos puede regalar”.
Aquí puede leer la carta íntegra del Papa Francisco a los sacerdotes
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