Santa María Bertila Boscardin, virgen
La llamaban "la tontita": nadie creía que fuera capaz de hacer algo en la vida...
En Treviso, en Italia, santa María Bertila (Ana Francisca) Boscardin, virgen de la Congregación de las Hermanas de Santa Dorotea de los Sagrados Corazones, que en su trabajo en un hospital se mostró solicita de la salud corporal y espiritual de los enfermos.
La llamaban "la tontita": nadie creía que fuera capaz de hacer algo en la vida...
En Treviso, en Italia, santa María Bertila (Ana Francisca) Boscardin, virgen de la Congregación de las Hermanas de Santa Dorotea de los Sagrados Corazones, que en su trabajo en un hospital se mostró solicita de la salud corporal y espiritual de los enfermos.
“La fuerza del Sacramento de la Eucaristía me alcanza siempre y en
todas partes para que yo me comporte con responsabilidad… Porque yo siento necesidad de estar un rato con nuestro Señor“.
Santa Bertilia siguió el “caminito espiritual” de santa Teresa del Niño Jesús.
Era una mujer de gran juicio práctico y voluntad muy firme que se
santificó cumpliendo sencillamente su deber de todos los días, a pesar de su mala salud, su reducida capacidad intelectual y su falta de iniciativa.
Nació en 1888, en Brendola, entre Vicenza y Verona, en el seno de una
pobre familia de campesinos. Su nombre de pila era Ana Francisca, pero
todos la llamaban Anita.
Emigdio Federici, su biógrafo, escribe que Anita era una niña
“tranquila y muy trabajadora, cuya infancia no tuvo nada de pintoresco”.
Ángel Boscardin, el padre de Anita, era un hombre muy celoso y dado a
la bebida, de suerte que los pleitos abundaban en su casa, según
testificó él mismo en el proceso de beatificación de su hija.
Anita no podía asistir regularmente a la escuela, pues desde pequeña
tuvo que trabajar en el hogar y ganar un poco de dinero ayudando en casa
de los vecinos.
Sus compañeros de juegos la apodaban “la tontita”. Probablemente no les faltaba razón, ya que, cuando
el Padre Capovilla, párroco del lugar, habló de la vocación religiosa
de la niña con el arcipreste Gresele, éste no pudo contener la risa.
Sin embargo, como la consideraba por lo menos suficientemente
inteligente para pelar patatas, el Padre Gresele habló de Anita a
ciertas religiosas, quienes se negaron a admitirla.
Como quiera que fuese, a los dieciséis años Anita ingresó en el
convento de las Hermanas de Santa Dorotea, en Vicenza y recibió el
nombre de Bertilia, en honor de la santa abadesa de Chelles.
La joven dijo a su maestra de novicias: “Yo no sé hacer nada. Soy una inútil, una ‘tontita’. Enseñadme a ser santa”. La hermana Bertilia pasó un año ayudando en la cocina, en la panadería y en la lavandería.
Después, fue enviada a aprender las tareas de enfermera en Treviso,
donde las hermanas de Santa Dorotea tenían a su cargo el hospital
municipal.
Pero la superiora prefirió emplearla como ayudante de la cocinera.
Anita no pudo salir de la cocina hasta después de su profesión.
En 1907, pasó a ayudar en el pabellón de los niños diftéricos y, a partir de entonces, vivió consagrada al cuidado de los enfermos.
Pero, bien pronto contrajo una penosa enfermedad que
la atormentó durante los últimos doce años de su vida. y la llevó
finalmente al sepulcro, a pesar de las intervenciones de los cirujanos.
A principios de 1915, el hospital de Treviso fue ocupado por las
tropas. Dos años más tarde, a raíz de la derrota de Caporetto, el
ejército italiano tuvo que replegarse a Piave, y el hospital quedó en
pleno frente de batalla.
Durante los bombardeos aéreos, en tanto que el terror paralizaba a
algunas de sus hermanas, santa Bertilia, no menos asustada, se ocupaba
en llevar café y vino de Marsala a los enfermos, sin que sus quehaceres
le impidieran pasar las cuentas de su rosario.
Bertilia y algunas de sus hermanas fueron pronto enviadas a un hospital militar de Viggiu, en las cercanías de Como.
El capellán, Pedro Savoldelli y el oficial, Mario Lameri, no pudieron menos de admirar la laboriosidad y la caridad de Bertilia.
En cambio, la superiora no supo apreciar las cualidades de su
súbdita, como había sucedido ya con otras superioras, y la reprendía por
trabajar exageradamente y por estar demasiado apegada a los enfermos.
Finalmente, acabó por enviarla a la lavandería.
Bertilia trabajó allí sin una queja durante cuatro meses, hasta que la
madre general, una mujer extraordinaria que se llamaba Azelia Farinea,
comprendió la injusticia y sacó a la santa de Viggiu.
Después del armisticio, la hermana Bertilia retornó al hospital de
Treviso, donde se le confió el pabellón de infecciosos para niños.
La salud de la hermanita iba de mal en peor; tres años más tarde los
médicos decidieron operarla. La operación resultó fatal, y la hermana
Bertilia murió tres días después, el 20 de octubre de 1922.
En el primer aniversario de su muerte, se puso en el Hospital de
Treviso una placa con la siguiente inscripción: “A la hermana Bertilia
Boscardin, alma escogida y de bondad heroica, quien durante varios años alivió como un ángel el sufrimiento humano en este hospital …”.
El pueblo empezó a acudir a la tumba de la hermana Bertilia en
Treviso. Sus restos fueron más tarde trasladados a Vicenza, donde Dios
obró por su intercesión muchas curaciones.
Fue beatificada en 1952, en presencia de algunos miembros de su
familia y de varios pacientes a los que había asistido, y el papa Juan
XXIII la canonizó el 11 de mayo de 1961.
Véase F. Talvacchia, Suor Bertilla Boscardin (1923) ; P.
Savoldelli, Soavi rimembranze (1939) ; y E. Federici, La b. M. Bertilla
Boscardin (1952) . El autor de esta última obra aprovechó los documentos
del proceso de beatificación.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Artículo originalmente publicado por evangeliodeldia.org
Aleteia