
A veces me puedo llegar a sentir así yo mismo. Casi prefiero que no hablen, que no mencionen mi nombre
A veces no sé bien en quién creer, a quién seguir.
Me gustan las personas auténticas, verdaderas, nobles, buenas. Me
gustan los que tienen fuerza y parece que saben dónde pisan, a dónde
van. Me gustan los que sueñan y no se conforman con salir del paso, con
pasar de puntillas por la vida, sin hacer ruido. Me gustan los que no lo
controlan todo ni se sienten seguros en la vida, dueños de certezas
absolutas.
Dudo de los que nunca se han caído, de los que siempre tienen la
verdad entre sus dedos. De los que juzgan y condenan. De los que
observan la vida desde una barrera imaginada. Aquellos que nunca
arriesgan y siempre tienen el corazón saltando de rama en rama.
El otro día leía que el psicólogo Norman Dixon describe en su libro clásico de 1976: «Sobre la psicología de la incompetencia militar», a
líderes que no saben tomar decisiones en tiempos duros. Esas personas
que en tiempos de crisis hacen lo mínimo para cumplir el expediente. Ese
líder es aquel que quiere tener éxito y ser popular. Quiere ser
reconocido y gustar. Caer bien, agradar. Sólo eso.
Pero detrás de ese deseo se esconde un deseo más hondo, el deseo de
no ser nunca criticado. En medio de la batalla no parece que quiera
ganar la guerra. Tampoco parece que sueñe con ello.
Más bien resulta que sólo quiere que no le critiquen, desea guardar
su fama y no cometer errores. No quiere confundirse nunca en el camino
emprendido. Cualquier error se paga caro. Sueña con una jubilación
tranquila. Con la paz al final de la jornada. Que me dejen tranquilo,
piensa.
A veces me puedo llegar a sentir así yo mismo. Puedo actuar cuidando
mi imagen, mi nombre. Pretendiendo cuidar esa fama que resulta tan
efímera. Deseo que no hablen mal de mí. Casi prefiero que no hablen, que
no mencionen mi nombre.
Así, oculto para este mundo de redes sociales, me salvo. Sólo acepto
los halagos. Y niego o tapo las críticas. Y para no sufrir el juicio, me
escondo. Me aíslo en un torreón para no correr el riesgo del fracaso si
llego a arriesgar mi corazón. Por eso no lo pongo como prenda. Me doy
cuenta de que no pongo todas mis fuerzas en juego, no vaya a ser que me
quede vacío al final de la batalla. Prefiero guardar mi ropa antes que
perderlo todo.
Sueño con retener lo poco que poseo, para que perderlo. Pienso que
todo tiene que ver con una actitud narcisista ante la vida. Me miro a mí
mismo en un espejo. Hay en mi vida de oración, en la búsqueda continua
de Dios, una búsqueda oculta de mí mismo.
Decía Santa Teresa en las Moradas: Torno a decir que para esto es
menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar, porque
si no procuráis virtudes, siempre os quedaréis enanas. Ya sabéis que
quien no crece, decrece.
No quiero buscarme a mí mismo. No busco ser siempre valorado y
admirado. No quiero esconderme en mi oración. Quiero salir. Pero a veces
pienso que tengo algo de narcisista cuando me busco a mí mismo. Cuando
sólo deseo estar bien y que me vaya bien en la batalla.
Algunas preguntas me desenmascaran cuando me las hago: ¿Por qué deberían contratarme o trabajar conmigo? ¿Cuáles son mis superpoderes? ¿Tengo debilidades? ¿Cómo defino el éxito? ¿Siento que mi aporte es imprescindible?.
Esas preguntas hacen que exprese mi deseo de reconocimiento, de
prestigio y de poder. Mi sueño de ser único, irrepetible, inimitable.
Como si el mundo sin mí se perdiera lo más grande.
No sé bien qué tipo de líder soy. No sé si creo en un líder en
concreto. Pero temo esconderme en la batalla por miedo a caer. O dejar
de luchar por miedo a morir. La vida es algo tan grande que no merece la
pena esconderla en un lugar seguro. Estoy dispuesto a perderla para
ganarla para siempre.
No quiero convertirme en un hombre narcisista enamorado de mis
propios caminos. Quiero mirar más allá. Salir de mis seguridades. No
quiero buscar sólo mi bienestar espiritual. Me fio de Santa Teresa. Sin el equilibrio entre el amor a Dios y al prójimo es imposible que cambie el mundo que me rodea con la luz de mi vida.
Carlos Padilla
Aleteia