El arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, reivindicó hoy una
antropología en la que el hombre, la persona, recupere el valor central
en la construcción de una sociedad auténticamente justa y fraterna. Una
antropología que tenga en cuenta la “gratuidad” y el “amor”. “Nos
encontramos”, dijo el arzobispo, “ante una crisis moral colectiva y ante
el fracaso de teorías económicas que se basan en una errónea concepción
del hombre, de la naturaleza y de Dios”. En una intervención en el
“Fórum Europa. Tribuna Galicia”, monseñor Barrio dijo, al hablar sobre
economía y Doctrina Social de la Iglesia que “se ha separado la esfera
económica y la esfera social, el trabajo y el origen de la riqueza, el
mercado y democracia. El resultado es paradójico: Aumenta la riqueza
global pero son más las desigualdades; aumenta la capacidad de sistema
de producir bienes de primera necesidad (grano, arroz), pero crece
también el número de los que sufren hambre; aumentan los bienes
materiales, pero las personas se sienten más infelices. Existe
insatisfacción en nuestra civilización (droga, psicofármacos, relaciones
rotas), que no se debe a la carencia de recursos”.
A la intervención del arzobispo asistieron, entre otras
personalidades, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo; el
presidente del Parlamento autonómico, Miguel Santalices; o el alcalde de
Santiago, Martiño Noriega. También estaba presente el obispo auxiliar,
monseñor Jesús Fernández González. Hizo la presentación del
conferenciante, monseñor Salvador Domato, responsable del Archivo
Histórico Diocesano y párroco de la Corticela. Salvador Domato dijo de
monseñor Barrio que “huele a género humano y conecta fácilmente con el
hombre y con el hombre sufriente, dolorido, humillado, golpeado hasta
pensarse incapaz de la esperanza”. Aseguró, además, que “el arzobispo
sabe acercarse con mirada de ternura que es siempre mirada de padre y
mirada de madre, de hermano y amigo y sin duda sabe que para amplísimos
sectores del mundo occidental y del mundo cristiano occidental, Dios es
hoy una contingencia superflua y por consiguiente perfectamente
prescindible. No es difícil imaginar el drama que esto supone a un
obispo católico”.