
HALLOWEEN, “VÍSPERA DE TODOS LOS SANTOS”
Una de las fiestas más hermosas en el calendario litúrgico de la
Iglesia es la Fiesta de Todos los Santos, pudiendo manifestar: “Creo en
la comunión de los santos”. En esta fecha hemos de sentirnos cercanos a
todos los santos que antes de nosotros han creído lo que nosotros
creemos, han esperado lo que nosotros esperamos y han sufrido lo que
nosotros sufrimos. No nos une ya a ellos la fe y la esperanza, nos une
la caridad como amor a Dios y a los hombres. Ellos han estado en la
misma órbita de nuestros cansados itinerarios de la vida de cada día,
dedicándose a las mismas ocupaciones ordinarias y teniendo sobre sus
cabezas no aureolas sino nuestros mismos problemas, dificultades y
preocupaciones. La santidad es un “negocio” que nos toca de cerca, es un
compromiso asumido en el bautismo. Leon Bloy afirmaba que “existe una
sola tristeza en el mundo, la de no ser santos”. Y a nosotros que
normalmente estamos desprovistos de ese capital espiritual que es la
alegría, nos molesta una afirmación como ésta.
La fiesta de Todos los Santos afronta el riesgo de verse diluida por
el Halloween, palabra que significa “víspera de todos los santos”. Esta
tiene su origen en la tradición celta, que con la expansión del
cristianismo en Europa, adquirió un sentido religioso. Como sabemos
entre los celtas habitaban los druidas, sacerdotes paganos adoradores de
los árboles, especialmente del roble. Ellos creían en la inmortalidad
del alma, la cual decían, se reencarnaba en otro individuo al abandonar
el cuerpo, volviendo cada 31 de octubre a su antiguo hogar a pedir
comida a sus moradores quienes se veían obligados a proveer esta
demanda.
Es conocido que el año céltico concluía en esa fecha coincidente con
la estación otoñal, caracterizada entre otros aspectos por la caída de
las hojas de los árboles. Para los celtas significaba el fin de la
muerte o el comienzo de una nueva vida. Esta enseñanza se propagó a
través de los años junto con la adoración a su dios, el “señor de la
muerte” o “Samagin”, a quien en este mismo día invocaban para
consultarle sobre el futuro, la salud, la prosperidad y la muerte.
En la cristianización del pueblo celta pervivieron algunas
reminiscencias de costumbres paganas, al coincidir cronológicamente la
fiesta pagana con la cristiana de Todos los Santos y de los difuntos. La
memoria de los santos y la oración por los difuntos se vieron
entreveradas por el miedo ante las antiguas supersticiones sobre la
muerte.
La fiesta de Halloween, ya parte del folclore popular, ha ido
añadiendo elementos paganos, como las brujas, fantasmas, vampiros,
calabazas, momias y monstruos de toda especie, para causar susto y
terror, perdiendo el sentido espiritual primigenio y ahogando la alegría
cristiana en el pánico a la muerte tal vez para que nos olvidemos de
vivir.
En la solemnidad de Todos los Santos y en la celebración de los
Difuntos la Iglesia invita a tomar conciencia de nuestra vocación a la
santidad, a percibir “las brisa de los cementerios” como decía Theillard
de Chardin, a recordar a los familiares difuntos y a rezar por ellos. Y
en los hogares es una oportunidad para hablar del don de la vida y del
verdadero sentido de la muerte.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
Arzobispo de Santiago de Compostela.
Archicompostela