16
de noviembre de 2016: el padre Rosalino Santos, de 34 años, párroco en
la ciudad brasileña de Corumbá, publica en Facebook una foto de cuando
era niño, acompañada de frases sueltas: “Di lo mejor de mí”, “El Señor
me ilumine”. Dos días después, su cuerpo sin vida es encontrado
pendiendo de una horca.
Ocho días antes, el padre Ligivaldo dos Santos, de Salvador, se tira
de un puente a los 37 años de edad. En el mismo periodo de 15 días, un
tercer sacerdote brasileño pone fin a su propia vida con apenas 31 años,
el párroco Renildo Andrade Maia, en Contagem, Minas Gerais.
La secuencia de suicidios de sacerdotes católicos llamó la atención
de los medios de comunicación y fue abordada recientemente en un reportaje de BBC Brasil
que, en relación con estos casos, consultó al psicólogo Ênio Pinto,
trabajador durante 17 años en el Instituto Terapêutico Acolher, en São
Paulo. Desde que se fundó, en el año 2000, dedicado a la atención
psicoterapéutica de sacerdotes, monjas y laicos al servicio de la
Iglesia, ha atendido a unos 3.700 pacientes.
Autor del libro Os Padres em Psicoterapia (Los sacerdotes en psicoterapia), Ênio observa que “la vida religiosa no da superpoderes a los sacerdotes. Al contrario. Ellos son tan frágiles como cualquiera de nosotros. En mucho casos, la fe puede no ser fuerte o suficiente como para superar momentos difíciles”.
Esta visión es compartida por el psicólogo William Pereira, autor del libro Sofrimento Psíquico dos Presbíteros (Sufrimiento psíquico de los presbíteros). Para William, “el grado de exigencia de la Iglesia es muy grande. Se
espera que el sacerdote sea, como mínimo, modelo de virtudes y
santidad. Cualquier desliz, por menor que sea, se convierte en blanco de
crítica y de juicio. Por miedo, culpa o vergüenza, muchos prefieren matarse a pedir ayuda”.
Los especialistas consultados por la BBC indican el exceso de trabajo, la falta de ocio y la pérdida de motivación entre los posibles factores que llevan a algunos religiosos al suicidio.
Pero más que los suicidios, el problema son las depresiones, según el sacerdote experto de Aleteia Julio de la Vega. “Un sacerdote joven en un país como Brasil, donde puede encontrarse con mucha -demasiada- labor pastoral, puede llegar
con una actitud, digamos “hiperresponsable”, que fácilmente deriva en
activismo, éste en stress, y éste en ansiedades y depresión. Y con
frecuencia está solo y no sabe cuidarse“, explica.
“Las
depresiones profundas muchas veces incluyen el deseo de no seguir
viviendo, y hay suicidios -añade-, aunque entre los sacerdotes en menor
proporción que en el resto de la población porque tienen fe y en
bastantes casos también oración. Por eso el fenómeno es raro, pero puede
ocurrir, pues un sacerdote está expuesto a todas las fragilidades
humanas. En cualquier caso, si alguna vez sucede, es fruto de serios
desarreglos psíquicos”.
¿Vivir como un cura?
Una investigación realizada en 2008 por la organización Isma Brasil,
dedicada a estudiar y tratar el estrés, apuntaba que la sacerdotal era
una de las ocupaciones más estresantes: de 1.600 sacerdotes y monjas
entrevistadas entonces, 448 (el 28%) se consideraban “emocionalmente exhaustos“, un porcentaje superior al de los policías (26%), los ejecutivos (20%) y los conductores de autobús (15%).
Para Ana Maria Rossi, la psicóloga coordinadora de la investigación,
los sacerdotes diocesanos son más propensos a sufrir estrés que los
religiosos que viven recluidos: “Uno de los factores más estresantes de
la vida religiosa es la falta de privacidad. No interesa si
están tristes, cansados o enfermos: los sacerdotes tienen que estar a
disposición de los fieles las 24 horas del día, siete días a la semana”.
Muy lejos de la “vida tranquila” que los desinformados imaginan, el
día a día de la mayoría de los sacerdotes está marcado por celebraciones
de bautismos, bodas, unciones de enfermos, escucha de confesiones y multitud de actividades
pastorales que incluyen la caridad y atenciones a personas necesitadas,
además de la celebración diaria de la misa, de las oraciones personales
o comunitarias y de los tiempos de estudio, sin mencionar los muchos
casos en los que el sacerdote va a las aulas y atiende a los fieles en
dirección espiritual.
Según datos de 2010 de la conferencia nacional de obispos de Brasil
(CNBB), la media nacional es de 1 sacerdote para cada 5.600 fieles.
Director de Âncora, una casa de descanso en Paraná para sacerdotes y
monjas con estrés, ansiedad o depresión, el padre Adalto Chitolina
confirma que, para ellos “sobra trabajo y falta tiempo. Si no tiene cuidado, el sacerdote descuida su espiritualidad y trabaja en piloto automático. A lo largo de 2016, nuestra tasa de ocupación fue del 100%. En algunos meses tuvimos lista de espera”.
Uno de los sacerdotes atendidos por el centro Âncora fue el padre Edson Barbosa, de Andradina, que, durmiendo poco, comiendo mal y sintiéndose irritado, empezó a beber.
Al darse cuenta del rumbo que estaba tomando, pidió la dispensa de las
actividades parroquiales y se internó durante tres meses en la casa de
reposo.
Tras las consultas médicas, charlas de nutrición y ejercicios físicos
que lo ayudaron a dejar el alcohol por el nuevo hábito de caminar y
pedalear, el padre, de 36 años, está sobrio desde hace un año y nueve
meses y confiesa: “No sé qué hubiera pasado conmigo si no hubiera hecho esta parada. Tardé en percibir que no era un superhéroe”.
El padre Douglas Fontes, rector del seminario São José, de Niterói,
acostumbra a alertar a los futuros sacerdotes sobre la importancia de
cuidar también la propia salud: “Nunca amaremos al prójimo si antes no
nos amamos a nosotros mismos. Y amarse a sí mismo significa llevar una
vida más saludable. Tristes, cansados o enfermos no cumpliremos la misión que Dios nos confió”.
El buen consejo es reforzado por el arzobispo de Porto Alegre, Jaime
Spengler, que preside la comisión de la CNBB dedicada a la vida personal
de los sacerdotes. Para él, los sacerdotes deben pedir ayuda al obispo
cuando sienten tensión psicológica o agotamiento físico. “Los sacerdotes
no están solos. Formamos parte de una familia. Y, en esta familia, corresponde al obispo desempeñar el papel de padre y velar por las necesidades de los hijos”.
Brasil no es una excepción en el cuadro de estrés que afecta a los
religiosos sobrecargados. La universidad española de Salamanca escuchó a
881 sacerdotes de México, Costa Rica y Puerto Rico para identificar una
alta incidencia, entre ellos, de trastornos relacionados con la
actividad sacerdotal.
“3 de cada 5 experimentaban grados medios o avanzados de burnout, el síndrome de agotamiento profesional”, informa Helena de Mézerville, autora de la investigación. El burnout es conocido en Italia, entre algunos sacerdotes, como “síndrome del buen samaritano desilusionado”.
Y los sacerdotes católicos están lejos de ser los únicos afectados. La BBC también
escuchó al jeque del Centro Islámico de Foz do Iguaçu, Ahmad Bazloum,
para quien “es necesario satisfacer, de manera lícita y correcta, las
necesidades básicas del espíritu, de la mente y del cuerpo. En caso
contrario, estaremos siempre en peligroso desequilibrio”.
El rabino Michel Schlesinger, da Congregação Israelita Paulista, está
de acuerdo y observa que “la naturaleza del trabajo es la misma. Luego,
estamos sujetos a los mismos riesgos”.
Estar más atentos, juzgar menos y ayudar más
Es oportuno recordar a los lectores católicos que es deber cristiano
de todos velar por el bien de las almas, y esto incluye las de los
sacerdotes, religiosos, seminaristas, monjas y laicos consagrados. Ellos
cuentan con una gracia especial de Dios, ciertamente, pero Dios siempre
dejó claro que confía el acogimiento de Su gracia a nuestra libertad,
inteligencia y caridad: necesitamos poner nuestra parte por nosotros
mismos y por los demás, ayudando especialmente cuando están
sobrecargados o necesitados de nuestra fraternidad.
Hay que tener especial cuidado de no juzgar injustamente
basándose en una visión inmadura de que “lo que les falta a esos
sacerdotes es vida de oración”. Esto es un reduccionismo que puede
llegar a ser grave pecado de calumnia o como mínimo de maledicencia.
Incluso las personas que viven intensamente la fe y una sólida
espiritualidad están sujetas, sin embargo, al agotamiento físico y, por
tanto, a la necesidad de ayuda.
Si juzgamos menos y ayudamos más, viviremos con más coherencia el
cristianismo que decimos profesar y que tanto nos gusta de cobrar de los
demás.
Te puede interesar:
¿Se sienten solos los sacerdotes?
Aleteia