Se cumplen 43 años del asesinato del sacerdote argentino Carlos
Mugica. Mientras en los medios argentinos vuelve a emerger el debate por
la gran crisis surgida meses después de su asesinato, vuelve a ser
motivo de recuerdo la figura de un sacerdote que como recordaba el
presidente del episcopado argentino José María Arancedo en 2014, “vivió
su fe y ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más
necesitados”.
Carlos Mugica nació en 1930, en una familia “acomodado”. Pero
renunció a muchas cosas, eligió el sacerdocio, y en sus primeros años
como presbítero de la arquidiócesis de Buenos Aires se dedicó a los
jóvenes y a los pobres y excluidos.
Le tocó vivir los tiempos de una Argentina convulsionada socialmente y
el inicio de una resistencia juvenil que reclamaba el regreso de Juan
Domingo Perón, exiliado desde 1955.
Mugica creía que con el movimiento peronista “la clase trabajadora
empezó a sentirse gente, empezó a sentirse protagonista”, según dice en
Peronismo y Cristianismo. Muchos, desde la misma Iglesia, creyeron cosas
radicalmente distintas sobre Perón. Entre muchos católicos argentinos
ambas posturas persisten hasta el día de hoy y provocan dolorosas
discusiones que incluso nuevas generaciones asumen.
La obra Peronismo y Cristianismo de Mugica, que debe ser leída en su
contexto, presenta gran parte de su pensamiento con citas al magisterio
social, tanto a nivel pontificio, como del episcopado y de los teólogos
argentinos del momento. Pero más allá de su activismo, lo que más
unánimemente se reconoce es su entrega a los más necesitados. En una
ocasión dijo: “Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para
ellos. Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz”.
Mugica, que alertaba que “ningún sistema humano jamás realizará todos
los valores evangélicos”, formó parte del Movimiento de Sacerdotes para
el Tercer Mundo (MSTM), aunque discutía en su seno algunas posturas
como las que rechazaban el celibato y la justificación de la violencia.
Es sobre este último punto que algunos que lo seguían y fueron nutriendo
guerrillas en el país fueron distanciándose de sus enseñanzas. “Como
dice la Biblia, hay que dejar las armas para empuñar los arados” llegó a
decir tras el regreso de Perón.
El padre Mugica, popular referente social por entonces, fue asesinado
aparentemente por el grupo paramilitar de la derecha peronista AAA
(Alianza Anticomunista Argentina) la noche del 11 de mayo de 1974, tras
celebrar Misa en la iglesia de San Francisco Solano. La disputa hacia
adentro del Peronismo en la década del 70 lo contó entre sus víctimas
más queridas, e incluso distintas hipótesis sobre la responsabilidad de
su asesinato se mantienen hasta el día de hoy, ya que algunos sostienen
que lo podría haber matado la guerrilla Montoneros. En las filas de ese
grupo había numerosos militantes que en algún momento lo habían seguido,
pero que se distanciaron de él tras su insistencia en el abandono de la
violencia.
Tras el asesinato de Mugica, sus restos fueron velados ante el
peregrinar de miles, en una Argentina ya convulsionada por la violencia y
el miedo. Meses después, moriría Perón, y al poco tiempo, comenzaría en
la Argentina la última dictadura militar, período durante el que
fallecieron y desaparecieron miles de personas, y se perpetraron,
incluso desde el Estado, horrorosos crímenes que por estos días vuelven a
abordarse en la agenda pública por un fallo de la Corte Suprema que
podría reducir penas a algunos condenados. Las heridas de aquella época
siguen abiertas.
Tras estar años sepultado en el Cementerio de la Recoleta, los restos
de Mugica fueron finalmente depositados en la parroquia Cristo Obrero,
en la Villa 31, en 1999, gracias a, como recuerdan los sacerdotes de la
Villa hoy, una gestión del obispo Jorge Mario Bergoglio.
En el 40 aniversario de su asesinato el cardenal Mario Poli,
Arzobispo de Buenos Aires, recordaba: “El homicidio del Padre Mugica
fue un verdadero martirio. Mártir de veras por la causa de los pobres.
Así lo revelan los cuadritos que cuando entramos en las casas, en las
villas, en los altarcitos, al lado de la Virgen de Luján, de San José,
de San Expedito, siempre hay un cuadrito del Padre Mugica. Creo que es
el mejor recuerdo, el recuerdo doméstico, los familiares, los que tienen
en las casas. Ahí sí que se le reza, se lo quiere, se lo recuerda con
cariño”.
Y en otro pasaje de su mensaje, aseguraba el cardenal Poli: “Estos
días vi un libro por ahí echando la culpa a alguien por ahí de su
homicidio, vaya a saber… En algún momento se hará justicia. Pero,
supongamos que el Padre Carlos reciba a alguno de sus homicidas en el
cielo. ¿Qué le va a decir? ¡Él es cura! Le daría la mano”.
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