
Pese a los obstáculos de seguridad, Francisco estuvo decidido a ir al
corazón del Islam Sunní a proclamar que sólo la paz es el único camino.
En su Discurso en el Conference Center de Al-Azhar, lo que parecía
iniciarse con un tradicional “As Salam Alaikum!” (la paz sea
con vosotros), propio de un diálogo institucional, ha dado paso a un
mensaje profundo y escandalosamente evangélico.
“La única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro”.
Una directriz clara, que impulsa a los creyentes a sacar lo mejor de sí
mismos ante lo que es, en palabras del papa Francisco, un desafío civilizatorio.
No habrá paz sin educación en la paz. Sólo un hombre que se reconoce
trascendido por el Dios que le constituye, es capaz de ofrecer lo mejor
de sí mismo al mundo. Un hombre capaz de superar dos tentaciones ante el desafío del encuentro con el otro: la del miedo y la de la complacencia relativista.
La primera le hace encerrarse en sí mismo, rechazar o imponerse al
diferente. La segunda, hace que su propuesta se disuelva como un
azucarillo en un mar sin fondo ni consistencia.
Este “caminar juntos” que es el diálogo interreligioso, debe apoyarse en tres aspectos fundamentales, subrayados en los trabajos del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar:
–el deber de la identidad: no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro;
–la valentía de la alteridad: al
que es diferente no se le trata como a un enemigo. Se le acoge. Pues en
“el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos”
-la sinceridad de las intenciones: porque el diálogo no es una estrategia, sino el camino de la verdad.
El papa Francisco ha subrayado otro aspecto crucial y urgente: sólo
podremos ser fieles a estas premisas si se respetan y reconocen los
derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos. Especialmente la libertad religiosa.
Confinar la creencia en la esfera privada o intentar
gestionarla políticamente, sólo conduce a convertirla en parte del
problema y no de la solución. Justificar cualquier forma de violencia en nombre de Dios es negarle su sacralidad y profanar Su nombre.
Cualquier responsable religioso está obligado a desenmascarar la
violencia que se disfraza de supuesta sacralidad. A decir “no” a la
venganza y al odio en nombre de Dios. No al extremismo que abusa de las
estructuras de pobreza. Porque cuanto más se crece en la fe en Dios, más
se crece en el amor al prójimo.
Todos, creyentes o no, estamos llamados a ser constructores
de paz y “no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios;
predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción”.
Un compromiso histórico al que no podemos sustraernos. Porque sólo así
podremos poner en marcha la valentía de la alteridad. Sin dejar que el
miedo gobierne nuestras conciencias.
María Ángeles Corpas es Doctora en Historia. Experta en
Islam, diálogo interreligioso y relaciones del Estado español con las
confesiones religiosas
Aleteia