Jesús experimentó la misma lucha que yo tantas veces enfrento.
Descubro mi miedo al ayuno, a la renuncia, a la carencia, a la escasez.
Mi miedo a no poseer lo que necesito y anhelo. Mi miedo a ser pobre, a
no tener seguridades en la vida.
Comenta el papa Francisco: “En lugar de ser un
instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la
solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a
todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide
la paz. Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas,
no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a
su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es
una especie de ceguera”.
El dinero y el deseo de poseer todo lo que se me antoja pueden cegarme. Muchas
veces me encuentro condicionado por el dinero. Lo que tengo. Lo que
necesito. Y dejo de ver la necesidad de los demás al quedarme sólo en la
mía. Y me repito en mi corazón sus palabras: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Miro la tentación del poder. Experimento muchas veces el miedo a ser
humillado. Mi temor por los desprecios. Me cuesta el olvido, la crítica,
el abandono. Pero no quiero la fama, ese poder que a veces sin darme
cuenta ambiciono: “También está escrito: -No tentarás al Señor, tu Dios”.
No quiero tentar a Dios. Sobre todo cuando me cuesta reconocer mis
errores. Y no acepto que me digan que no tengo razón. Me pesa el
orgullo. Me duele que me contradigan. No soy dócil ni humilde en mi
reacción.
No quiero poseer los reinos de este mundo. La gloria efímera de unos
días que pasan y mueren. No deseo la fama que persigo. Pienso en las
tentaciones que a mí más me irritan. En las que son más poderosas en mi
alma. Las que más me seducen. ¿Cuáles son? Las toco. Las cuento. Les
pongo nombre. ¡Cuánto duelen! Las desenmascaro para no vivir en la
mentira.
A veces se ocultan bajo falsas apariencias. Parecen ser virtud y estoy siendo tentado. Haciendo el bien soy tentado. Me busco a mí mismo. Busco sólo tener más poder. Incluso cuando quiero dar la vida soy tentado.
Creo que valgo más si hago más. Si destaco más. Si venzo en todas mis luchas. Porque soy yo el que está en el centro de todo.
El que gobierna el mundo. El que decide. Yo en medio de todo. Yo y mi
poder. Cuando me siento inmune a las tentaciones. Poderoso. Inaccesible.
Pero luego tiemblo al sentir el aliento cerca del tentador. Tiemblo cuando caigo y soy arrollado por la vida. “Se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos”. Veo que estoy desnudo. Que soy pequeño. Pobre. Infiel.
Quisiera ser más fiel, más niño, más dócil. Quisiera vivir descentrado y dejar a Jesús en el centro.
Carlos Padilla
Carlos Padilla
Aleteia