“¡La esperanza no defrauda! No está fundada sobre aquello que
nosotros podemos hacer o ser, y mucho menos en lo que nosotros podemos
creer. Su fundamento, es decir, el fundamento de la esperanza cristiana,
es el amor que Dios mismo nutre por cada uno de nosotros”, con estas
palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia
General del tercer miércoles de febrero (día 15), el significado del
amor de Dios como raíz de la esperanza cristiana.
Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza”, el Obispo de
Roma meditó sobre la importancia de esta virtud en el Nuevo Testamento,
esta vez lo hizo tomando el capítulo 5 de la Carta de San Pablo a los
Romanos. El Pontífice señaló que, “en este pasaje, el Apóstol Pablo nos
sorprende, en cuanto nos exhorta dos veces a vanagloriarnos”. En el
primer caso, señaló el Papa, estamos invitados a vanagloriarnos de la
abundancia de la gracia de la cual somos impregnados en Jesucristo, por
medio de la fe. Pablo también, agregó el Sucesor de Pedro, nos exhorta a
vanagloriarnos en las tribulaciones. “Esto no es fácil de entender –
afirmo el Papa Francisco – ya que esto nos parece más difícil de
comprender. En cambio, constituye el presupuesto más auténtico, más
verdadero. De hecho, la paz que nos ofrece y nos garantiza el Señor no
se debe de entender como la ausencia de preocupaciones, de desilusiones,
de faltas, de motivos de sufrimiento”. Sino que la paz que surge de la
fe es un don: es la gracia de experimentar que Dios nos ama y que
siempre está a nuestro lado, no nos deja solos ni siquiera un instante
de nuestra vida.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Desde pequeños nos enseñan que no es bueno vanagloriarse.
En mi
tierra, a quienes presumen los llaman “pavos”. Y es justo, porque
presumir de aquello que se es o de aquello que se tiene, además de ser
soberbia, expresa también una falta de respeto en relación a los demás,
especialmente con aquellos que son menos afortunados que nosotros. En
este pasaje de la Carta a los Romanos, en cambio, el Apóstol Pablo nos
sorprende, en cuanto nos exhorta dos veces a vanagloriarnos. Entonces,
¿de qué cosa es justo vanagloriarse? Porque si él nos exhorta a
jactarnos, de algo es justo vanagloriarse. ¿Y cómo es posible hacer
esto, sin ofender a los demás, sin excluir a alguien?
En el primer caso, estamos invitados a vanagloriarnos de la
abundancia de la gracia de la cual somos impregnados en Jesucristo, por
medio de la fe. ¡Pablo quiere hacernos entender que, si aprendemos a
leer cada cosa a la luz del Espíritu Santo, nos damos cuenta que todo es
gracia! ¡Todo es don! De hecho, si ponemos atención, al actuar – en la
historia, como en nuestra vida – no sólo somos nosotros, sino es sobre
todo Dios. Es Él el protagonista absoluto, que crea cada cosa como un
don de amor, que teje la trama de su designio de salvación y que lo
lleva a cumplimiento por nosotros, mediante su Hijo Jesús. A nosotros se
nos pide reconocer todo esto, acogerlo con gratitud y convertirlo en
motivo de alabanza, de bendición y de gran alegría. Si hacemos esto,
estamos en paz con Dios y tenemos la experiencia de la libertad. Y esta
paz se extiende luego a todos los ámbitos y a todas las relaciones de
nuestra vida: estamos en paz con nosotros mismos, estamos en paz en la
familia, en nuestra comunidad, en el trabajo y con las personas que
encontramos cada día en nuestro camino.
Pablo también exhorta a vanagloriarnos en las tribulaciones. Esto no
es fácil de entender. Esto nos parece más difícil y puede parecer que no
tenga nada que ver con la condición de paz apenas descrita. En cambio,
constituye el presupuesto más auténtico, más verdadero. De hecho, la paz
que nos ofrece y nos garantiza el Señor no se debe de entender como la
ausencia de preocupaciones, de desilusiones, de faltas, de motivos de
sufrimiento. Si fuera así, en el caso en el cual lográramos estar en
paz, ese momento terminaría rápido y caeríamos inevitablemente en la
desesperación. La paz que surge de la fe es en cambio un don: es la
gracia de experimentar que Dios nos ama y que siempre está a nuestro
lado, no nos deja solos ni siquiera un instante de nuestra vida. Y esto,
como afirma el Apóstol, genera la paciencia, porque sabemos que,
también en los momentos más duros y difíciles, la misericordia y la
bondad del Señor son más grandes de toda cosa y nada nos separará de sus
manos y de la comunión con Él.
Entonces, es por eso qué la esperanza cristiana es sólida, es por eso
qué no defrauda. Jamás, defrauda. ¡La esperanza no defrauda! No está
fundada sobre aquello que nosotros podemos hacer o ser, y mucho menos en
lo que nosotros podemos creer. Su fundamento, es decir, el fundamento
de la esperanza cristiana, es lo que más fiel y seguro pueda existir, es
decir, el amor que Dios mismo nutre por cada uno de nosotros. Es fácil
decir: Dios nos ama. Todos lo decimos. Pero piensen un poco: cada uno de
nosotros es capaz de decir, ¿estoy seguro que Dios me ama? No es tan
fácil decirlo. Pero es verdad. Es un buen ejercicio, esto, decirlo a sí
mismo: Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la
esperanza. Y el Señor ha derramado abundantemente en nuestros corazones
su Espíritu – que es el amor de Dios – como artífice, como garante,
justamente para que pueda alimentar dentro de nosotros la fe y mantener
viva esta esperanza. Y esta seguridad: Dios me ama. “Pero, ¿en este
momento difícil? Dios me ama. ¿Y a mí, que he hecho esta cosa fea y
malvada? Dios me ama”. Esta seguridad no nos la quita nadie. Y debemos
repetirlo como oración: Dios me ama. Estoy seguro que Dios me ama. Estoy
seguro que Dios me ama.
Ahora comprendemos porque el Apóstol Pablo nos exhorta a
vanagloriarnos siempre de todo esto. Yo me glorío del amor de Dios,
porque me ama. La esperanza que nos ha sido donada no nos separa de los
demás, ni mucho menos nos lleva a desacreditarlos o marginarlos. Se
trata en cambio de un don extraordinario del cual estamos llamados a
convertirnos en “canales”, con humildad y simplicidad, para todos. Y
entonces nuestro presumir más grande será aquel de tener como Padre un
Dios que no tiene preferencias, que no excluye a ninguno, sino que abre
su casa a todos los seres humanos, comenzando por los últimos y
alejados, para que como sus hijos aprendamos a consolarnos y a
sostenernos los unos a los otros. Y no se olviden: la esperanza no
defrauda.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
AgenciaSIC