Lo recordó el Papa Francisco al recibir este jueves 10 de noviembre a los participantes en la sesión plenaria del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, destacando el tema del encuentro: «Unidad de los cristianos: ¿qué modelo de comunión plena?»
El Papa recordó la responsabilidad que
le corresponde en el magisterio petrino en favor de la unidad, que es su
anhelo y preocupación, destacando que en el curso de este año ha tenido
la «oportunidad de vivir tantos encuentros ecuménicos significativos,
tanto en Roma como durante sus viajes»:
«Cada uno de estos encuentros ha sido
para mí fuente de consolación, porque he podido constatar que el anhelo
de comunión es vivo e intenso. Como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro, consciente de la responsabilidad que me ha encomendado el Señor, deseo reiterar que la unidad de los cristianos es una de mis principales preocupaciones y rezo para que la comparta todo bautizado»
«La unidad de los cristianos es
una exigencia esencial de nuestra fe, exigencia que mana de lo íntimo de
nuestro ser creyentes en Jesucristo», reiteró el Obispo de Roma:
«Invocamos la unidad porque invocamos a
Cristo. Queremos vivir la unidad, porque queremos seguir a Cristo, vivir
su amor, gozar el misterio de su ser uno con el Padre, que es la
esencia del amor divino».
Evocando la oración sacerdotal de Jesús,
el Papa destacó que «no basta con estar concordes en la comprensión del
Evangelio, sino que es necesario que todos los creyentes estemos unidos
a Cristo y en Cristo. «Es el alma que sostiene también las sesiones de
estudio y todo otro tipo de esfuerzo para alcanzar puntos de vista más
cercanos entre sí».
Teniendo presente esto es posible «desenmascarar algunos falsos modelos de comunión, que en realidad no llevan a la unidad sino que la contradicen en su verdadera esencia», aseguró el Santo Padre.
Ante todo, la unidad no es fruto de nuestros esfuerzos humanos o el producto de diplomacias eclesiales, sino es un don que viene de Dios
y antes de ser una meta es un camino, que tenemos la tarea de impulsar.
Anunciando como cristianos la infinita misericordia de Dios y con el
testimonio de vida llena de caridad:
«Por ello, me gusta repetir que la
unidad se hace caminando, para recordar que cuando caminamos juntos, es
decir, cuando nos encontramos como hermanos, rezamos juntos, colaboramos
juntos en el anuncio del Evangelio y en el servicio a los últimos, ya
estamos unidos. Todas las divergencias teológicas y eclesiológicas que
aún dividen a los cristianos se podrán superar sólo a lo largo de esta
senda, sin que nosotros hoy sepamos cómo ni cuándo, sucederá según lo
que el Espíritu Santo quiera sugerir por el bien de la Iglesia».
En segundo lugar, la unidad no es uniformidad,
explicó también el Papa recordando las diferentes tradiciones
teológicas, litúrgicas, espirituales y canónicas, desarrolladas en el
mundo cristiano, cuando se arraigan genuinamente en la tradición
apostólica, que son una riqueza y no una amenaza para la unidad de la
Iglesia. En el curso de la historia ha habido intentos de suprimir la
diversidad, con consecuencias que todavía hoy nos hacen sufrir:
«Pero si nos dejamos guiar por el
Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad no se vuelven nunca
conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en a comunión de la
Iglesia. Es tarea ecuménica respetar las legítimas diversidades y
llevar a superar las divergencias inconciliables con la unidad que Dios
pide. El permanecer de tales divergencias no nos debe paralizar, sino
impulsar a buscar juntos cómo afrontar con éxitos esos obstáculos».
En fin, la unidad no es absorción. La unidad de los cristianos no conlleva un ecumenismo de ‘marcha atrás’, por el que alguien debería renegar su propia historia de fe.
Y tampoco tolera el proselitismo, que aún más es un veneno para el camino ecuménico,
subrayó el Papa Francisco, añadiendo que antes de ver lo que nos
separa, hay que percibir de forma existencial la riqueza de lo que nos
aúna, como la Sagrada Escritura y los primeros Concilios ecuménicos. De
este modo, «los cristianos podemos reconocernos como hermanos y
hermanas que creen en el únicos Señor y Salvador Jesucristo,
comprometidos en obedecer hoy a la Palabra de Dios que nos quiere
unidos»:
«El ecumenismo es verdadero cuando se es
capaces de no centrar la atención en sí mismos, en los propios
argumentos y formulaciones, sino en la Palabra de Dios que exige ser
escuchada, acogida y testimoniada en el mundo. Por ello, las comunidades cristianas están llamadas a ‘no hacerse competencia’, sino a colaborar. Mi reciente visita a Lund
me hizo recordar cuán actual es ese principio ecuménico formulado allí
por el Consejo Ecuménico de las Iglesias, ya en 1952, que recomienda a
los cristianos «hacer juntos todas las cosas, salvo en aquellos casos en
los que las profundas dificultades de convicciones impongan actuar
separadamente».
AgenciaSIC