El domingo 4 de septiembre en Roma será canonizada la madre Teresa, fundadora de la congregación de las Misioneras de la Caridad, nacida en Skopje, en Albania, el 27 de agosto de 1910 y fallecida en Calcuta, en la India, el 5 de septiembre de 1997.

Su vida refleja una dedicación laboriosa, paciente, tenaz hacia los pobres: hombres, mujeres, niños que han sido curados, protegidos, rescatados de la miseria, de la soledad, de las humillaciones y a los que se les ha devuelto una buena vida en el nombre de Jesús.

Madre Teresa sabía que en las muchas formas del cuidado, del alimentar, del compromiso fiable, se enciende algo inmenso que transmite el calor de la presencia de Dios. Sabía que las cosas del amor reparan el mundo. Lo mejoran, lo embellecen transformándolo en una casa en la que es bonito vivir para todos.

A pocos días de su inminente canonización hemos hecho algunas preguntas al cardenal Angelo Comastri, vicario general de Su Santidad para la ciudad del Vaticano y arcipreste de la basílica de San Pietro, que estuvo unido a la madre Teresa a traves de una gran amistad, y que recientemente ha publicado el libro ‘He conocido una santa’ (Edizioni San Paolo).

¿Qué recuerdo personal de la madre Teresa conserva como el más preciado?

El recuerdo más preciado y más conmovedor es el último encuentro: el 22 de mayo de 1997. Mi madre había muerto unos días antes, el 5 de mayo, y yo confié a la madre mi dolor.

Ella me tomó las manos y, casi como para transmitirme su paz, dijo: “Tu madre está ahora y siempre cerca de ti porque el Paraíso no nos aleja, nos acerca. Yo también iré pronto al Paraíso y estaré siempre cerca a ti y de tu madre”.

Estas palabras son para mí como un fuerte abrazo que me permite superar cualquier dificultad.

¿Qué espacio y qué significado tenía la oración para la madre Teresa?

La Providencia quiso que la madre Teresa llegase a hablar a la Asamblea General de la ONU. El secretario general, Javier Pérez de Cuéllar, quiso invitarla a un acto público que tuvo lugar el 26 de octubre de 1985.

Él presentó a la madre Teresa a todos los participantes a la ceremonia con estas palabras: “Nos encontramos en un aula de discursos. A lo largo de los años han desfilado por este podio los hombres considerados más potentes. Hoy se nos ha presentado la oportunidad de dar la bienvenida a la mujer realmente más importante de la tierra. No creo que sea necesario presentarla porque ella no necesita palabras. La madre Teresa responde a los hechos. Estoy convencido que lo mejor que se puede hacer es rendirla un homenaje y decirla que ella es mucho más importante que yo y que todos nosotros. ¡Ella es las Naciones Unidas! ¡Ella es la paz del mundo!”.

La madre Teresa, frente a estas palabras altisonantes, se hizo todavía más pequeña, su fe era grande y su valentía también. Mostró el Rosario y dijo: “Yo soy solo una pobre monja que reza. Rezando, Jesús me mete en el corazón su amor y yo lo dono a todos los pobres que encuentro en mi camino”.

Hizo un momento de silencio, después añadió: “¡Rezad también vosotros! Rezad y os daréis cuenta de los pobres que tenéis al lado. Quizá en la misma planta de vuestra casa. Quizá incluso en vuestras casas existe quien espera vuestro amor. Rezad y los ojos se abrirán y el corazón se llenará de amor”.

La oración era la base de la vida de la madre Teresa.

La noche del 10 de septiembre de 1946 la madre Teresa, mientras iba en un tren, sintió “la llamada a renunciar a todo y seguir a Jesús para servirlo entre los más pobres de entre los pobres”. Durante las décadas sucesivas, junto a sus Misioneras de la Caridad, abrió decenas de casas en todo el mundo. ¿Cuáles eran para ella las formas de pobreza más graves dentro de las ricas sociedades occidentales?

La madre Teresa afirmaba a menudo que el egoísmo es la mayor desventura de una persona. Y añadía: “Desafío a quien quiera: no podréis nunca encontrar a un egoísta feliz”.

En la sociedad del bienestar el egoísmo está muy difundido y por esta razón, desgraciadamente, están difundidos el descontento, la inquietud, la violencia.

La raíz del egoísmo, como de casi todos los males que nos afligen, es la falta de oración. La dedicación a los pobres, fundada en su oración, es la única medicina para vencer el egoísmo y encontrar la felicidad”.

¿Cómo respondería la madre Teresa a quien esté desalentado hasta el punto de pensar que no sirve para nada gastar generosamente las propias cualidades mejores para los demás porque de todas formas el mundo no cambia?

Recuerdo que en 1979, volviendo de Oslo después de haber recibido el Premio Nobel por la Paz, la madre Teresa hizo una etapa en Roma. Distintos periodistas se presentaron en el patio exterior de la pobre demora de las Misioneras de la Caridad, sobre el monte Celio.

La madre Teresa no evitó a los periodistas, los acogió como hijos poniendo en la mano de cada uno de ellos una pequeña medalla de la Inmaculada.

Uno de ellos dijo: “Madre, ¡usted tiene setenta años! Cuando muera el mundo volverá a ser como antes. ¿Qué ha cambiado después de tanto trabajo? Madre Tersesa, ¡descanse! No vale la pena tanta fatiga”.

Ella sonrió y respondió: “Yo no he pensado nunca en cambiar el mundo. He intentado solo ser una gota de agua limpia en la cual se pudiera reflejar el amor de Dios. ¿Le parece poco?”.

El periodista no consiguió responder, mientras alrededor de la madre caló el silencio. La madre Teresa tomó de nuevo la palabra y, dirigiéndose al periodista, afirmó: “Intente ser también usted una gota de agua limpia y así ya seremos dos. ¿Está casado?”. “Sí, madre”. “Se lo diga también a su mujer y así seremos tres. ¿Tiene hijos?”. “Tres hijos, madre”. “Se lo diga también a sus hijos y así seremos seis”.

La madre Teresa dijo claramente que cada uno de nosotros tiene en su mano un pequeño pero indispensable capital de amor; es este personal capital de amor del que nos tenemos que preocupar en invertir.

Intentemos por lo tanto llenar la única maleta que nos llevaremos con nosotros más allá de la muerte: la maleta de la caridad. La madre Teresa no se cansaba de repetir: “Llenadla, mientras estéis a tiempo. Todo lo demás es humo que desaparece rápidamente”.

¿Cuál era para la madre Teresa el papel del hombre y de la mujer en el plano de Dios? ¿Y cuál considera usted que ha sido la contribución más significativa por parte de ella a la reflexión sobre la mujer?

Me gustaría recordar un episodio: en 1995 se celebró en Pekín la cuarta conferencia convocada por la ONU sobre la condición de la mujer. Tomaron parte, junto a los países miembros de la Unión Europea, otros 174 países.

El objetivo del encuentro era el de reafirmar la igualdad entre el hombre y la mujer. La Santa Sede, para exponer su punto de vista, recurrió a la madre Teresa.

El temor de que las propias reflexiones no coincidieran con las de la mayoría no detuvo a la pequeña monja de expresar con humilde valentía su pensamiento. Ella no tenía miedo a decir la verdad: el conformismo era algo totalmente desconocido para ella.

El mensaje fue el siguiente: “Espero que esta conferencia pueda ayudar a cada una de nosotros a reconocer, apreciar y respetar el lugar especial de la mujer en el plano de Dios, de modo que todas las mujeres consigan llevar a cabo este diseño en su vida. No consigo entender por qué algunos afirman que las mujeres y los hombres son perfectamente iguales, negando la bonita diversidad entre hombres y mujeres. Todos los regalos de Dios son buenos, pero no todos son iguales. Respondo a menudo a las personas que dicen que les gustaría servir a los pobres como les sirvo yo: “Lo que hago yo no lo puedes hacer tu, y yo no puedo hacer lo que haces tu. Pero juntos podemos hacer algo bonito para Dios”.

La diversidad entre hombres y mujeres se entiende así. Dios ha creado a cada uno de nosotros, cada ser humano, para algo muy importante: amar y ser amados.

Pero, ¿por qué Dios nos ha creado hombres y mujeres? Porque el amor de la mujer es una imagen del amor de Dios y el amor del hombre es otra imagen del amor de Dios. Ambos han sido creados para amar, pero cada uno ama en modo diverso.

Mujer y hombre se completan recíprocamente y, juntos, constituyen una prueba del amor de Dios de forma más completo que como podría hacerlo cada uno por separado.

Esta especial capacidad propia de la mujer se manifiesta de la manera más completa cuando se convierte en madre. La maternidad es el don de Dios a la mujer”. Estas palabras limpias no necesitan ser comentadas.

¿Qué es lo que enseña la forma tenaz de perseverar de la madre Teresa en la oración y de la dedicación a los pobres durante los años que pasó en aquella experiencia conocida como ‘noche de la fe’?

Creo –es mi humilde opinión- que la ‘noche de la fe’ fue un regalo de Dios para defender a la madre Teresa de la tentación del orgullo.

Me explico. La madre Teresa consiguió una celebridad quizá superior a la del propio Papa: ¡y el Papa era Juan Pablo II! La madre Teresa era buscada por todos. Recibió el Nobel de la paz: un hecho único y casi imposible para una monja católica. Fue invitada a hablar ante la asamblea general de la ONU: también este hecho limita con lo inimaginable. Y podría continuar.

Para ella podía ser fácil caer en el orgullo y la autocomplaciencia. Pero Dios se lo impidió poniendo en el alma de la madre Teresa la ‘noche de la fe’, que es una forma de pobreza radical, una situación en la que se experimenta dolorosamente la lejanía de Dios y la propia pequeñez.

¿Cómo reaccionó la madre Teresa? Reaccionó intensificando la oración y multiplicando las obras de caridad. Rezando, luchaba contra la oscuridad; y multiplicando la caridad se encontraba entre los brazos de Dios, que es amor.

Esta es la respuesta de los santos: la obediencia confiada a la voluntad del Señor.
Aleteia
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