No me refiero al lenguaje que tiene los mudos para entenderse, sino a esos signos que, sin hablar, muestran nuestro interior o nuestros pensamientos y son una evangelización o pueden serlo.
Es muy dado a este lenguaje el papa Francisco. Basta verle cualquier día que sale a la calle. Se ve que le sale muy bien y que le tiene querencia a esa manera de comunicarse.
Estos signos hacen mucho bien sin saberlo, sobre todo si salen porque somos así, no porque sea algo estudiado. Pero sí, hay que cuidar los signos, tienen importancia.
Es muy dado a este lenguaje el papa Francisco. Basta verle cualquier día que sale a la calle. Se ve que le sale muy bien y que le tiene querencia a esa manera de comunicarse.
Estos signos hacen mucho bien sin saberlo, sobre todo si salen porque somos así, no porque sea algo estudiado. Pero sí, hay que cuidar los signos, tienen importancia.
Voy a relatar algunos de esos signos que a mí me han ayudado a mejorar o hecho pensar.
El director de un retiro se puso delante de mí en los bancos y cuando empezó la hora de tercia le vi hacer la señal de la cruz que todos hacemos, pero él lo hizo sin prisas y completa, como decía el antiguo catecismo, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Empezó para mí muy bien. Fue un reproche a mis prisas o a hacer las cosas a la ligera.
En otra ocasión quedé muy conmovido por un adolescente con síndrome de Down. Estaba yo dando la comunión. Él llego en su puesto, lento, con las manos juntas, le dí la comunión, respondió amen y se vuelve para salir. Seguía con las manos juntas, un poco inclinadas hacia la izquierda y apoyando en ellas la cara, sin prisas, como si llevase un tesoro. Tanto me gustó que paré por un momento de dar la comunión para poder verle y aprender cómo hay que tratar al Señor.
Estos días tengo una gran cruz con el Crucificado cerca del presbiterio, al alcance de la mano. También me ayudó el ver a muchas personas que, sin decírselo, iban a besar los pies o tocarlos con su mano y luego besarla. Muchos les pusieron cirios con gusto, con amor, como devolviendo amor por amor.
Muchos podríais contar muchas cosas más que os hayan afectado. Una sonrisa, una mirada llena de afecto, bajarse a coger algo que cayó a otro, guardarle sitio en el teatro etc.
Todavía hay fe en Israel.
El director de un retiro se puso delante de mí en los bancos y cuando empezó la hora de tercia le vi hacer la señal de la cruz que todos hacemos, pero él lo hizo sin prisas y completa, como decía el antiguo catecismo, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Empezó para mí muy bien. Fue un reproche a mis prisas o a hacer las cosas a la ligera.
En otra ocasión quedé muy conmovido por un adolescente con síndrome de Down. Estaba yo dando la comunión. Él llego en su puesto, lento, con las manos juntas, le dí la comunión, respondió amen y se vuelve para salir. Seguía con las manos juntas, un poco inclinadas hacia la izquierda y apoyando en ellas la cara, sin prisas, como si llevase un tesoro. Tanto me gustó que paré por un momento de dar la comunión para poder verle y aprender cómo hay que tratar al Señor.
Estos días tengo una gran cruz con el Crucificado cerca del presbiterio, al alcance de la mano. También me ayudó el ver a muchas personas que, sin decírselo, iban a besar los pies o tocarlos con su mano y luego besarla. Muchos les pusieron cirios con gusto, con amor, como devolviendo amor por amor.
Muchos podríais contar muchas cosas más que os hayan afectado. Una sonrisa, una mirada llena de afecto, bajarse a coger algo que cayó a otro, guardarle sitio en el teatro etc.
Todavía hay fe en Israel.