La grandeza de un pueblo depende de su capacidad para atender a los más necesitados. Este es el mensaje que dejó el Papa Francisco en la homilía que pronunció en la simbólica Plaza de la Revolución de La Habana.
En una celebración eucarística que congregó a más de medio millón de personas, el Papa quiso hacer una radiografía del alma cubana, junto a la silueta de Ernesto Che Guevara.
Detrás del altar, sin embargo, podía leerse con grandes letras “Misionero de la Misericordia”, junto a la foto de la Madre Teresa de Calcuta.
“El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba”, comenzó diciendo.
Ahora bien, reconoció, “es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza”.
El Papa invitó a los cubanos a cuidar esa vocación, a cuidar “estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos”.
“No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado —exhortó—. Nosotros conocemos, somos testigos de la fuerza imparable’ de la resurrección, que provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo”.
En un país gobernado por el sistema comunista, el Papa afirmó: “La importancia de un pueblo, de una nación, la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad”.
Y concluyó: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Cuando el Papa llegó a la plaza abordo del Papamóvil reconoció a un sacerdote argentino y, con gran espontaneidad, le invitó a unirse a él a la concelebración de Eucaristía.
Antes de que comenzara la misa, tres disidentes, dos hombres y una mujer, trataron de distribuir panfletos, pero fueron inmediatamente bloqueados y conducidos fuera de la plaza.
En una celebración eucarística que congregó a más de medio millón de personas, el Papa quiso hacer una radiografía del alma cubana, junto a la silueta de Ernesto Che Guevara.
Detrás del altar, sin embargo, podía leerse con grandes letras “Misionero de la Misericordia”, junto a la foto de la Madre Teresa de Calcuta.
“El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba”, comenzó diciendo.
Ahora bien, reconoció, “es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza”.
El Papa invitó a los cubanos a cuidar esa vocación, a cuidar “estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos”.
“No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado —exhortó—. Nosotros conocemos, somos testigos de la fuerza imparable’ de la resurrección, que provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo”.
En un país gobernado por el sistema comunista, el Papa afirmó: “La importancia de un pueblo, de una nación, la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad”.
Y concluyó: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
Cuando el Papa llegó a la plaza abordo del Papamóvil reconoció a un sacerdote argentino y, con gran espontaneidad, le invitó a unirse a él a la concelebración de Eucaristía.
Antes de que comenzara la misa, tres disidentes, dos hombres y una mujer, trataron de distribuir panfletos, pero fueron inmediatamente bloqueados y conducidos fuera de la plaza.
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