A PRUEBA
Fred el jardinero había tenido un duro día de trabajo: la máquina corta césped se había estropeado: hora y media de trabajo perdida. Su camión se negó a arrancar y hubo de llamar a la grúa, con la liosa burocracia consiguiente. Maldita la gracia.
Tras algunos recados, llegó a casa. A la puerta, se detuvo unos instantes para acariciar las puntas de un pequeño árbol. Nada más entrar, se transformó: sonrisa grande; un abrazo fuerte a su mujer y a sus hijos; cena distendida, amenizada con las peripecias escolares de los peques; revisión de deberes; recogida juntos; etc.
Antes de irse a dormir, cuando la tele está puesta pero sólo como música de fondo y luz de ambiente para papá y mamá, su mujer le preguntó: “¿Por qué siempre tocas el árbol antes de entrar en casa?”. “Mira, cariño: no puedo evitar que la jornada haya sido dura. Pero mi mujer y mis hijos no lo pagarán. Por eso,cuando llego, cuelgo en esas ramas los problemas y luego entro. Al día siguiente, cuando salgo, los recojo de nuevo. Y, ¡curioso!, siempre encuentro menos de los que he dejado la noche anterior.
Abrahán, campeón y padre de la fe, hubo de atravesar tres pruebas gordas: la salida de su tierra, la promesa de una descendencia y el sacrificio de su hijo. Todo ello en edad más bien “talludita”. Pero sabía que su vida, en manos del buen Dios, tenía un recorrido mucho mayor que el de los obstáculos.
Junto al Señor, tratándole, acompañándole, compartiéndolo todo con Él, se había acostumbrado a sentir su Amor. Así: “venga lo que viniere”. Es la mejor experiencia: notar que a nuestro lado, vivo, Jesús intima con nosotros; y nos va llevando, salvando. Nada puede matar eso. “Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía”.