por Manuel Blanco
LOS DESCENDIENTES

En un barrio pequeño como aquel, las noticias vuelan. Paqui, la hija de la carnicera, había llorado en el instituto como una descosida. El motivo resultaba tan extraño como infrecuente: se agobiaba porque le parecía que no rendía lo suficiente en el colegio. Que con tantos dones y facilidades recibidos, no se encontraba a la altura.

Siempre hemos necesitado un “empujoncito” para estudiar más y mejor. Algunas personas maduran antes y perciben su buena suerte. Las generaciones anteriores se han equivocado, claro, pero también han invertido mucho en nosotros. Polución, abismos de pobreza, separaciones y gente descartada, de “desecho”, un término que recuerda el Papa con frecuencia. No podemos presumir de todo.

De pronto, en la historia, alguien injertó una posibilidad distinta. El Apóstol
Santiago, por ejemplo, con unos “índices de audiencia” nefastos, predicó y requetepredicó sin aparente éxito. Pero, a la luz de lo que hoy somos, alguna semilla debió prender en las almas generosas.

Los profes del siglo pasado bramaban contra sus abúlicos alumnos al grito de “estádelles chupando a suorósvosospais!!!”. Porque queremos riquezas, comodidades, placeres, etc. Todo lo que “contamina” el cuerpo, el alma o el ecosistema. El señorito egoísmo, que siempre ha causado un “efecto invernadero”.

El Bautismo nos permite presumir, con orgullo supino, de los mejores Padres y Madres (los del cielo y los de la tierra). No dinamitemos su herencia. Es un traspaso. 

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