El Papa Francisco presidió en la tarde de ayer jueves 24 de abril, la misa de acción de gracias por la reciente canonización del Padre Anchieta. En una iglesia de San Ignacio, totalmente abarrotada de fieles, concelebraron con el Santo Padre, junto a otros obispos, los dos del archipiélago, Bernardo Álvarez y Francisco Cases, el arzobispo emérito de Zaragoza, el palmero Elías Yánez, así como una decena de sacerdotes isleños y alrededor de 80 peregrinos provenientes de la Diócesis Nivariense.

El Papa Francisco, en su homilía, hizo referencia al Evangelio proclamado de San Lucas y comenzó apuntando que los sentimientos que surgen cuando los discípulos ven a Jesús resucitado son: miedo, sorpresa, duda y, por fin, alegría. “Por esta alegría no alcanzaban a creer, estaban atónitos y Jesús casi sonriendo les pide algo de comer y les explica las escrituras, despacio. Es el estupor del encuentro con Jesús donde tanta alegría nos parece mentira y aceptarla es arriesgado.” El Santo Padre añadió que ante este hecho suele surgir el escepticismo. “Damos excusas. No es para tanto, decimos, y caemos en el proceso de relativizar la fe, lo que nos aleja de la caricia de Jesús” -apuntó

El obispo de Roma continuó señalando que el miedo nos lleva a querer controlar el encuentro con Jesús. “Los discípulos le tenían miedo a la alegría y nosotros también. La alegría del encuentro es contagiosa y grita el anuncio. Es ahí donde crece la Iglesia. La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, por el testimonio de la alegría asumida y luego transformada en anuncio. Lo que conocemos como la alegría fundante. Sin esta alegría no se puede fundar una comunidad cristina. Se trata de una alegría que se expande. Me pregunto como Pedro; ¿soy capaz de sentarme junto al hermano y contagiarle mi alegría?” –se preguntó retóricamente el Papa.

Tras esta reflexión, el Santo Padre expresó que San José de Anchieta sí que supo comunicar lo que había experimentado del Señor. Lo que había visto y oído. El Papa recordó que junto a Nóbrega, Anchieta fue el primer jesuita que Ignacio envíó a América. “Un chico de 19 de años –resaltó-. Y era tanto su gozo que fundó una nación. Puso los fundamentos culturales de una nación en Jesucristo. No había estudiado teología ni filosofía, era simplemente un chico. Pero había escuchado a Jesús. Se dejó alegrar y esa fue su luz”. El Santo Padre indicó que esa fe es la base de su santidad. “No le tuvo miedo a la alegría” –añadió.

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