1. Toda persona está sedienta y quiere saciar su sed. Es necesario orientar la búsqueda del hombre. Conducir al los hombres y mujeres de nuestro tiempo al encuentro con Jesús. Una urgencia de todo tiempo.

2. La situación social y cultural nos llama a reavivar la vivencia de nuestra fe, para anunciarla. No se trata de empezar de nuevo. La fe se establece en la relación personal que entablamos con Jesús, que sale al encuentro de todo hombre. Evangelizar supone proponer al corazón y a la mente de todo hombre la contemplación del Señor. La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo para el encuentro. Iglesia de comunión de personas, fraterna y acogedora, iglesia que celebra su fe e invita al banquete del Reino.

3. No se trata de estrategias, como si el Evangelio fuera un producto de mercado, sino de descubrir medios por los cuales Cristo sale al encuentro del hombre. La lectura de la Sagrada Escritura, iluminada e interpretada por la Tradición, nos ayuda a encontrar nuevos espacios evangélicos de encuentro con Cristo. Formas evangélicas y cotidianas.

4. La Nueva Evangelización se refiere, sobre todo, a nosotros mismos y a nuestra vida cristiana. La miseria y debilidad de los cristianos, especialmente de los ministros, hacen mella en la evangelización. Por ello sabemos pedir perdón y fuerzas humildemente. El primer agente de la vida de la Iglesia, de su conversión y anuncio, es el Espíritu Santo.

5. Dios ama nuestro mundo, con sus heridas y contradicciones. No hay lugar para el pesimismo en aquellos que conocen la fuerza de la Resurrección. En los interrogantes y contradicciones -globalización, pobreza, politización, secularización, migraciones, ateísmo y agnosticismo- de nuestro mundo podemos poner la luz del Señor mediante el testimonio de la fe en nuestra propia vida y situación cotidiana.

6. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa. De ahí que la Iglesia deba proponer nuevos caminos para acompañarles antes y después del matrimonio, y acoger a toda pareja y familia que esté en una situación dolorosa con las puertas siempre abiertas.

7. Dar testimonio del Evangelio no es privilegio exclusivo de nadie. Todos deben trabajar y colaborar en comunión, tanto ministros como laicos, comunidades de diversa índole.

8. Mirar sin pesimismo a los jóvenes, aunque con preocupación, porque ellos reciben con mayor fuerza los golpes de nuestra sociedad. Ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil.

9. Una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar.

10. Existen dos grandes caminos de conversión y encuentro con Cristo abiertos en la Tradición de la Iglesia, que estamos llamados a cultivar y potenciar: la contemplación del Señor, y la acogida y amor a los pobres en la búsqueda de la justicia.
Por José Fernando Escolapio

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