El
mundo espera la vacuna del Covid-19 que, como siempre, una vez
administrada, permitirá al sistema inmunológico tener preparadas las
armas para neutralizar una posible infección por coronavirus sin riesgo
para la salud. Cuando se consiga esto se deberá en parte a Edward Jenner (1749-1823), científico británico considerado padre de la vacunoterapia y de la inmunología, hombre de profundas convicciones cristianas, en el que ciencia y fe se encontraron sin conflicto alguno y, como en tantos otros, produjo y sigue produciendo enorme bien a la humanidad.
Jenner combatió en su carrera la viruela, una de las
principales causas de mortalidad en el siglo XVIII, que se trataba
mediante la denominada variolización, algo que realizaba el fraile
español Pedro Martínez Chaparro,
de quien ya he hablado en Ecclesia, proceso consistente en la
inoculación en personas sanas de sustancias extraídas de las pústulas de
quienes padecían la enfermedad, algo que a veces no superaba quien era
infectado.
El padre de la inmunología
Jenner cayó en la cuenta de que las lecheras de su pueblo no contraían con tanta frecuencia la viruela. Pensó que eran resistentes a la viruela porque ya habían contraído una enfermedad similar,
y efectivamente se habían inmunizado con la viruela de las vacas, que a
los humanos no les hacía cursar la enfermedad con desenlace fatal pero
sí les inmunizaba frente a la misma, algo que ocurre a veces en las
zoonosis.
El 14 de mayo de 1796, Jenner probó su hipótesis inoculando a James Phipps, un niño de ocho años, hijo del jardinero de Jenner.
Raspó el pus de las ampollas de la viruela en las manos de Sarah
Nelmes, una lechera infectada de la viruela por una vaca llamada Blossom
(cuya piel ahora cuelga en la pared de la biblioteca de la escuela de
medicina de San Jorge, en Tooting). El niño pasó un poco de fiebre pero se inmunizó, porque se le inoculó viruela humana por variolización y se comprobó que no le pasó nada.
Se ha señalado que la contribución principal de Jenner no fue que
inoculó a algunas personas con la vacuna, si no que después demostró que
eran inmunes a la viruela.
Edward Jenner perteneció a importantes instituciones científicas de su época
tales como fue la Royal Society desde 1788, la Sociedad Médica y
Quirúrgica (la actual Sociedad Real de Medicina) de Gran Bretaña, o
Miembro Honorario Extranjero de la Academia Estadounidense de las Artes y
las Ciencias.
Un hombre de fe
John Baron en el libro biográfico La vida de Edward Jenner cuenta que para Edward Jenner la Biblia era un tesoro, y continuamente compartía sus contenidos con amigos y personas no tan cercanas
hablando de Dios en sus cartas, en una de las cuales confesaba a
alguien lo sorprendido que estaba por la ingratitud de la humanidad
hacia Dios, algo muy parecido a lo que san Pedro dijo tras curar al
paralítico del templo y que la lectura de los Hechos de los Apóstoles
nos recordaba estos días de Pascua: “No me sorprende que las personas no sean agradecidas hacia mí; pero lo que me sorprende es que no sean agradecidos hacia Dios por el bien del cual Él me ha hecho un instrumento de transmisión a mis semejantes".
Consideraba al igual que grandes pedagogos como John Locke,
Montessori y otros que el reconocimiento de Dios brillaba por su
ausencia en la educación, lo cual era origen de multitud de problemas,
llegando a escribir: "Necesitamos una nueva educación. La experiencia
ha demostrado que el actual sistema de enseñanza con respecto a la
instrucción de los niños en el conocimiento del Creador es defectuoso en
lo más extremo y tengo cada razón para pensar que el plan que he
propuesto desde hace mucho, con el cual usted está familiarizado, si se
realizara, probaría ser de una incalculable importancia al educar esta
generación." [E. Jenner, en su carta a Mr. E. Gardner, Frampton. En
Gloucester, el 13 de abril de 1816; Cit. en ].
Jenner también escribió algunos fragmentos de oraciones tales como: "El poder y la misericordia de la Providencia se muestra de manera sublime y tremenda en los relámpagos y en la tempestad.
Casi nunca ocurre durante aquello que es conocido como una tormenta
eléctrica, a excepción de cuando oímos que algún humano pierde su vida
por un destello de los Cielos; y cuando la tempestad ruge a nuestro
alrededor, sabiendo que alguna clase de destrucción siempre ocurrirá.
Pero ¡de qué forma tan maravillosa se sazona en esto el poder con la
misericordia! Se nos muestra que en vez de castigos parciales, podrían
haber sido universales. El brazo del Todopoderoso que azotó postrando a
un solo individuo, pudo, al mismo tiempo, haber lanzado sus rayos sobre
las cabezas de todos. Aquél que dirigía la tormenta para su poderosa
fuerza por medio de una destrucción parcial, le muestra a todo ojo que
mira, que con Su decreto pudo haber barrido toda cosa viviente. ¡Pero
qué bellamente se modifica! Llega al justo punto en el que todo lo
terrestre parece al borde de la ruina universal, y luego,
misericordiosamente, lo suaviza en una tranquilidad. ¡Cuán sublime, cuán
temible es esta demostración de poder y de misericordia de Dios!".
Prosigue así su escrito: "nuestro lenguaje ordinario nos muestra, por
así decirlo, de manera inconsciente, nuestras ideas de una existencia
compuesta, la subordinación del cuerpo a la agencia del alma: "Salí
disparado de la casa"; "Estaba fuera de sí," esto es, su mente estaba
fuera de él. "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven." [Job
42:5]. Lo anterior es aplicable al tema de la reforma en la educación de
los niños. El gran Libro del mundo está abierto a todos los ojos. Mi
deseo es que todo ser humano pueda ser enseñado a leerlo. La gente pobre
no sabe a veces que biblioteca tan rica tiene disponible; que tiene el
mismo derecho que el monarca más orgulloso del mundo de tener acceso a
ella. Una aceptación sincera de las órdenes de la Providencia controlará
el desconcierto mental más allá que otra cualquier cosa. Producirá una
calma en medio de una tormenta. Si tememos de todas las cosas que son
posibles, vivimos sin límites para nuestra miseria. Las más altas
facultades de nuestra naturaleza son nuestro sentido de excelencia
moral, el principio de la razón y la reflexión, la benevolencia hacia
nuestros semejantes, y nuestro amor hacia el Ser Divino" (Jenner, cit. en Baron, 1838: 446-447).
En otra de ellas, aparentemente una oración escrita durante un tiempo
aflicción, Edward Jenner concluye con un pensamiento inspirado en la
obra de Jesucristo, : "Que aquellas verdades sagradas, reveladas por
Aquél que condescendió a asumir una forma humana y aparecer entre los
seres humanos sobre la tierra, estén tan implantados en mi mente, que yo
nunca jamás pierda de vista estas misericordias divinas Tuyas, y que en
consecuencia, por mi fe y mi práctica, cuando Te agrade mandar mi cuerpo a la tumba, que el alma imperecedera sea recibida en Tus moradas de gloria eterna" (Jenner, cit. en Baron, 1838 :295-296).
* Alfonso V. Carrascosa es científico del CSIC
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