Yo no soy un experto en liturgias orientales, para estas cuestiones más doctas recomiendo leer a Salvador Aguilera, un estudioso y amante de la Divina Liturgia y uno de los administradores del blog amigo Lex orandi; pero en esta entrada, cercano ya a la fiesta de la Inmaculada Concepción traigo uno de los más famosos himnos que la Iglesia ha Oriental dedicado a la Madre de Dios, el Akáthistos.

Es el himno litúrgico por antonomasia del siglo V que ha quedado como modelo de muchas composiciones himnográficas y titánicas, tanto antiguas como en la actualidad. Akáthistos no es el titulo originario, sino una rúbrica: "de pie, no-sentado", con la que se indicaba que había que cantarlo de pie, como se escucha el evangelio, como signo de reverente obsequio a la Madre de Dios.

La estructura métrica y silábica se inspira en la Jerusalén celeste descrita en el capítulo 21 del Apocalipsis. Consta de 24 estrofas, con dos partes distintas: la cristológica y la eclesial; y como dos planos superpuestos: el plano de la historia y el de la fe.

La primera parte, contiene doce "estrofas" y sigue el ciclo de la Navidad inspirado en el evangelio de la infancia (Lc 1–2; Mt 1–2). Misterio de la Encarnación (1–4), la efusión de la gracia en Isabel y Juan (5), la revelación a José (6), la adoración de los pastores (7), llegada y adoración de los magos (8–10), la huida a Egipto (11), el encuentro con Simeón (12). Misterios que superan el mero dato histórico y nos abren a una lectura simbólica y teológica.

La segunda parte (estrofas 13–24) propone y canta lo que la Iglesia, en los concilios de Éfeso y Calcedonia, profesaba de María, en el misterio del Hijo Salvador y de la Iglesia de los salvados. María es la nueva Eva, virgen de cuerpo y espíritu, que con el fruto de su vientre reconduce a los mortales al paraíso que habían perdido (13); es la Madre de Dios que, siendo trono y sede del Infinito, abre las puertas del cielo e introduce allí a los hombres (15); es la Virgen encinta que reclama la mente humana a inclinarse ante un parto divino y a dejarse iluminar por la fe (17); es la "Siempre-virgen", inicio de la virginidad de la Iglesia consagrada a Cristo, su perenne custodia y amorosa tutela (19); es la Madre de los sacramentos-pascuales que purifican y divinizan al hombre y le nutren con el alimento celestial (21); es el Arca Santa y el Templo viviente de Dios, que precede y protege el peregrinar de la Iglesia y de los fieles hacia la Pascua definitiva (23); es la Abogada de la misericordia en el último día (24).

El Akáthistos conserva un inmenso valor:

    por su contenido histórico salvífico, que abraza todo el proyecto de Dios, involucrando (envolviendo) a toda la creación, desde sus orígenes hasta el final de los tiempos, llegando a su plenitud en Cristo;
    por las fuentes que usa: la Palabra de Dios; la doctrina definida en los concilios (Nicea, 325; Éfeso, 431; Calcedonia, 451); Padres orientales de los siglos IV y V;
    por la metodología mistagógica, con la que, desde las imágenes de la creación y de la Escritura, eleva al hombre a la contemplación y celebración del misterio de la encarnación como misterio salvífico, en el que coloca a María como lugar teológico, de encuentro y de manifestación de Dios.

En cuanto al autor, toda la tradición manuscrita nos lo deja en el anonimato. Hoy en día, la crítica científica se inclina por atribuir la composición del himno a uno de los Padres de Calcedonia. Así, el texto litúrgico que hoy recitamos y cantamos sería el fruto maduro de la más antigua Iglesia, todavía indivisa, en los orígenes de nuestra fe. Un himno, por tanto, digno de ser acogido y cantado por toda la Iglesia y la comunidad eclesial.

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